Eccediciones
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El escapista

El tomo que sostienes en tus manos supone la superación del segundo tercio de la serie, pero no por ello se ha acelerado el ritmo narrativo, o se ha abusado de la elipsis para acabar dando saltos inexplicables en el periplo de Yorick, sino justo lo contrario: es este uno de los volúmenes que menos acción contiene, dado que pone su mirada en el pasado, con lo que Brian K. Vaughan nos ofrece nuevos detalles del origen de la Agente 355 e incluso de Ampersand, dedicando números enteros a tal efecto si es necesario. Por lo que al presente de la acción se refiere, apenas nos hemos movido del lugar donde dejamos a nuestros protagonistas en la entrega anterior: se dirigían a Australia, país en el que han amarrado, y poco después se encaminan a Papúa Nueva Guinea, dejando allí a las prisioneras que tomaron en la aventura de tintes piratas de nuestro sexto tomo.

Algo que llama mucho la atención en este volumen es el uso de flashbacks, especialmente en lo que se refiere a la Agente 355, ya que por su presentación recuerdan mucho al formato utilizado por la célebre serie de televisión Perdidos (Lost), creada por los hoy populares Damon Lindelof y J.J. Abrams, que en aquel momento –estamos hablando de finales de 2005 y la primera mitad de 2006– se encontraba en la cresta de la ola con la emisión de su segunda temporada. En dicha serie era tradicional introducir flashbacks en la narración para ampliar el conocimiento sobre los personajes, y explicar así el porqué de las decisiones que adoptaban en cada episodio, algo muy similar a lo que lleva a cabo Brian K. Vaughan en el número 41 (el penúltimo contenido en el presente volumen) para ilustrarnos un poco más acerca de hasta dónde puede llegar la determinación de la Agente 355 a la hora de cumplir con su misión, cueste lo que cueste. Curiosamente el propio Vaughan acabaría trabajando unos meses después en Perdidos, entre la tercera y la quinta temporada, con lo que disfrutó de numerosas ocasiones para seguir explotando ese recurso narrativo.

Ya conocemos la afición de Brian K. Vaughan a la hora de explorar este nuevo mundo sin hombres, especulando en tono realista acerca de las consecuencias que tendría la desaparición del género masculino, y en este volumen no deja de ofrecernos nuevos detalles. En el anterior número teorizaba acerca de la necesidad que tiene un número importante de las mujeres supervivientes de huir de la realidad de un mundo moribundo, algo que termina por popularizar el consumo de heroína, que no deja de ser una forma de adormecerse. En este tomo nos habla de otro tipo de opio, una huida de la realidad basada en las falsas esperanzas: los tabloides, encarnados por Paloma West, una reportera sin escrúpulos que ofrece té a cambio de cualquier pista sobre el último hombre vivo. Independientemente de que ese hombre sea una realidad o un mito, una información que nosotros ya conocemos, lo cierto es que resulta divertido que se haya convertido en una leyenda urbana más –ilustrada a la perfección en la primera página del número 37 americano–, y casi en el último inquilino de un teórico museo criptozoológico. Así pues, cuando es un diario sin ninguna credibilidad el que ofrece en exclusiva la información más completa y real (¡foto incluida!) acerca del último hombre vivo sobre la faz de la Tierra desde que comenzó la cuenta atrás para la especie humana... ¿Qué daño podría hacer? La conclusión a la que llega Yorick es la más lógica: nadie cree lo que publica ese panfleto llamado The Monthly Visitor (ni siquiera el nombre del tabloide muestra un mínimo de buen gusto), y si alguien llegase a creerlo podría considerarse la esperanza como un resultado positivo, por no hablar de lo improbable que sería que alguna de esas lectoras crédulas llegase a topar con Yorick en algún momento. En cualquier caso, la aventura por proteger el anonimato de Yorick para finalmente desentenderse del tema saca a relucir el lado más visceral del último hombre, un ser harto de esconderse constantemente, y que además no quiere verse atrapado en una espiral de violencia y muerte con tal de permanecer oculto, algo que incluso le lleva a apuntar a la Agente 355 con un arma para evitar que esta elimine a Paloma West. Recordemos que ante todo Yorick es un escapista, tal vez uno no muy bueno, pero sí uno capaz de afrontar situaciones difíciles y salir más o menos airoso. Ese escapismo es también el que hace que Hero se vea sometida a un peligroso viaje con un encargo falso, únicamente porque Yorick no quiere tenerla a su lado.

Si por algo destaca Yorick respecto al resto de los personajes principales es por su sentido del humor, que en cierto modo remite a ciertos superhéroes que siempre tienen un chiste en la recámara, sin importar que sea apropiado o no ponerse a soltar gracias en un momento dramático. Este tomo nos ha proporcionado dos de los momentos más inspirados de Yorick en ese sentido: uno en el primer número de este volumen, correspondiente al número 37 americano, cuando exclama “¡Zombies!” al ser sorprendido por un grupo de mujeres enfermas, y otro en el número 41 americano, penúltimo en este tomo, cuando hace referencia a la película Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), en la que el Soylent Green era un producto alimenticio fabricado con restos humanos, y por lo tanto consumirlo implicaba cruzar la línea del canibalismo, precisamente el problema al que se enfrentan en Papúa Nueva Guinea.

Sea como fuere, nos acercamos al final del viaje del último hombre: la siguiente parada está en Japón, y en el camino nos esperan más chistes malos, monos capuchinos, muertes, traiciones y, cómo no, amor de todas las clases.

David Chaiko

Artículo publicado originalmente en las páginas de Y, el Último Hombre núm. 7.