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El amanecer del Búho Nocturno

Hollis Manson, el Búho Nocturno original, conjeturaba en su autobiografía (Bajo la máscara) sobre las diversas razones que podían haber empujado a los vigilantes a adoptar una forma de vida tan atípica y extravagante. En un ejercicio de honestidad con sus lectores, concluía que cada uno debía de tener sus propios motivos, de modo que él sólo podía indicar cuáles habían sido los suyos. Esta sencilla reflexión sobre qué mueve a las personas en realidad pareció calar en la mente de J. Michael Straczynski, escritor de esta miniserie (y de las protagonizadas por el Dr. Manhattan y Moloch), hasta el punto de que propuso al resto del equipo creativo de Antes de Watchmen convertirla en una suerte de hilo conductor.

Según expuso Straczynski a sus compañeros de proyecto, existen distintos tipos de verdad, “desde las más superficiales, que contamos a nuestros conocidos, hasta las más profundas, que solo somos capaces de manifestar a nuestro círculo más íntimo”. Pero existe una verdad última que no somos capaces de reconocer ni ante nosotros mismos, una verdad esencial que nos define a lo largo de nuestras vidas, y esa verdad debía ser el objetivo de cada una de las colecciones: dejar al descubierto el alma de los protagonistas de Watchmen.

Con esta idea en mente, el autor de Nueva Jersey escoge los aspectos más definitorios de Dan Dreiberg/Búho Nocturno II y elabora un relato que nos ayude a comprender mejor al personaje y el papel que jugó en los acontecimientos narrados en el cómic de Alan Moore. Su carácter cohibido, su visión romántica del papel del justiciero, las inseguridades que oculta tras la máscara, su relación cuasi filial con Hollis Mason, el Búho Nocturno original... todo ello es abordado por Straczynski en este primer número que narra los orígenes de un personaje que, en esencia, puede ser definido como “un buen tipo”. Probablemente es el único protagonista de Watchmen que encaja sin matices con dicha descripción, ya que muchos de sus compañeros enmascarados presentaban motivaciones más dudosas (desde la supremacía moral hasta una brutal necesidad de desahogo), pero al segundo Búho Nocturno nunca le impulsó otra cosa más que el deseo de ayudar a los desfavorecidos y, quizá, el afán por escapar de una vida ordinaria.

Acompañado a los lápices por Andy Kubert, a quien entinta su propio padre, el maestro Joe Kubert (en el que tristemente ha sido su último trabajo), Straczynski pone en pie una historia clásica de superhéroes al más puro estilo Edad de Plata, en la que Dan Dreiberg actúa como sidekick del Búho Nocturno original, formando un equipo con reminiscencias de Batman y Robin. No es casual este paralelismo, pues muchos lectores identificaron en su momen- to al Búho como “el Batman de Watchmen”, por su simbología basada en un animal nocturno, la profusión de artilugios en que se apoyaba y la riqueza heredada con que financiaba sus actividades.

Sin embargo, vemos cómo el esquema clásico del relato se rompe cuando Hollis Mason anuncia abruptamente su retirada, legando el manto del Búho a su discípulo. El eterno adolescente que vive una fantasía se ve empujado al primer plano de la lucha contra el crimen. Straczynski sienta así las bases del personaje en un solo número: su personalidad evasiva y soñadora, fruto (ahora lo sabemos) de una tortuosa vida familiar de la que quiere huir; la necesidad de refugiarse en fantasías enmascaradas para superar la inse- guridad que sus carencias afectivas le provocan; o su relación con Hollis Mason, que termina por encarnar la figura paterna que Dan nunca encontró en su cruel progenitor (relación que se prolonga hasta Watchmen, donde se nos muestra cómo Dan y Hollis siguen siendo los únicos vigilantes que mantienen una relación estrecha).
Todo ello está en este cómic, junto con otros elementos claves del personaje referidos en la obra original, como su relación con Rorschach, cuyo inicio se nos muestra en estas páginas. En este punto habría que subrayar la habilidad demostrada por Straczynski para integrar a ambos personajes en su relato de forma que continúen siendo plenamente reconocibles. Bien es cierto que estamos ante un Rorschach menos brutal y amargado, en el que identificamos rasgos que eran invisibles en la obra de Moore, como cierto atisbo de sentido del humor. Pero todo ello se antoja coherente con el momento de la historia: las personalidades del Búho Nocturno y Rorschach se complementan y se equilibran, alejándose mutua- mente de sus respectivos extremos; además de encontrarse en la mejor etapa de sus carreras, previa a episodios como las revueltas que precedieron a la Ley Keene (que deja a los vigilantes en la ilegalidad) o el asesinato del Comediante.

El interés por saber cómo evoluciona esta peculiar pareja es uno de los atractivos de Antes de Watchmen: Búho Nocturno, como también lo es ser testigos de los primeros compases de la relación entre Dan Dreiberg y Laurie Juspeczyk. Ya en Watchmen se vislumbraba que el enamoramiento (no correspondido) de Dan por la segunda Espectro de Seda se remontaba a años atrás, y Straczynski ubica el km. 0 de la relación en la fallida reunión inaugural de los Crimebusters, una escena recurrente en la obra de Alan Moore que Straczynski también mostrará (desde otro punto de vista) en la serie limitada del Dr. Manhattan.

Resulta interesante comprobar cómo J.M. Straczynski, probablemente el que más ha reivindicado el derecho de otros autores a trabajar con el universo de Alan Moore, rinde homenaje máximo al creador de Watchmen manteniéndose fiel a sus personajes, sin aventurar sobre ellos nada más que lo que se puede extrapolar de la obra original. El Búho Nocturno de Moore es totalmente reconocible en el de Straczynski, cuya propuesta es hacernos disfrutar del personaje en su plenitud, cuando Dan Dreiberg no era más que un aventurero que patrullaba la ciudad a bordo de Arquímedes, lejos de imaginar que su última misión le reuniría con su viejo compañero de fatigas en un fatal viaje hasta la Antártida.

David B. Gil