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Eddie cogió su fusil

Brian Azzarello vuelve a la carga en este segundo número de Antes de Watchmen: El Comediante valiéndose del mismo recurso narrativo que tan bien le funcionó en el capítulo inaugural de la miniserie: conectar su relato con diversos momentos claves de la historia estadounidense de los años sesenta. Porque, a diferencia del resto de precuelas enmarcadas en el proyecto Antes de Watchmen, los acontecimientos históricos no funcionan aquí como mero trasfondo de la historia personal de Eddie Blake, sino que forman parte fundamental de la trama.

Así, como si se tratara de una suerte de Forrest Gump de carácter cínico y retorcido, se nos continúa mostrando cómo el Comediante se relaciona con las personalidades principales de la política norteamericana merced a su papel de agente gubernamental. Una labor en la sombra que le colocará en muchos de los escenarios decisivos de esta década, influyendo (en algunos casos de manera determinante) en el devenir de los acontecimientos, al tiempo que estos también afectan a su personalidad, contribuyendo a conformar la visión del mundo que ya poseía el personaje cuando lo descubrimos en la obra original de Alan Moore.

Dado el peculiar juego de referencias que establece el guionista, es necesario tener en cuenta varios aspectos de aquel período de la historia norteamericana para comprender todos los guiños del guion, muchos de los cuales dotan de un segundo nivel de significación a los diálogos y los acontecimientos narrados.

Por tanto, lo mejor será ponernos en situación, empezando por la escena que abre el capítulo: en ella, en lugar de detallar el momento y lugar mediante el habitual recurso de la leyenda sobreimpresa, el autor opta por enmarcar la conversación entre Eddie Blake y Bobby Kennedy en un histórico evento deportivo que nos debe servir para ubicarnos. Se trata del mítico combate entre Sonny Liston, por entonces vigente campeón de los pesos pesados, y el joven aspirante al título Cassius Clay, que aún no había adoptado el nombre con el que pasaría a la historia: Muhammad Ali. Dicha velada tuvo lugar la noche del 25 de febrero de 1964 en el Centro de Convenciones de Miami, meses después del asesinato del presidente John F. Kennedy.

En aquel momento, Estados Unidos se encontraba en una encrucijada de su historia: la Guerra Fría había provocado una creciente tensión entre las dos grandes superpotencias, que trataban de expandir suámbito de influencia a través de conflictos interpuestos. El más importante de todos ellos estaba teniendo lugar en el Sudeste Asiático, concretamente en territorio vietnamita, dividido entre la República Democrática de Vietnam, ubicada en la órbita comunista, y Vietnam del Sur, bajo amparo de la OTAN. Estados Unidos se debatía entre una intervención directa en dicho frente, como reclamaban los lobbies conservadores y militares, o un apoyo indirecto a través del suministro de armas, alimentos y la presencia de lo que se dio en llamar “asesores”, que en la práctica no eran sino militares estadounidenses sin permiso para entrar en combate.

Para entender mejor las connotaciones de esta primera escena, debe señalarse que la familia Kennedy era una firme opositora al conflicto en Vietnam, hasta el punto de que varias teorías conspirativas apuntan a que el asesinato sin esclarecer del presidente Kennedy respondía a un intento del ala dura del Pentágono y de la industria armamentística de dar vía libre a la guerra. En este sentido, la conversación entre el Comediante y “Bobby” Kennedy, en aquel momento Fiscal General del Estado, está cargada de referencias históricas como la mención a Jimmy Hoffa, influyente sindicalista condenado ese mismo año por relaciones con la mafia, o a Edgar Hoover, el eterno director del FBI. Pero la más importante de todas ellas es la confidencia que Bobby comparte con Eddie Blake, anticipándole que prepara su carrera presidencial, por lo que pide al Comediante que esté a su lado, al igual que hizo con su hermano.

Blake le muestra su apoyo, pero le advierte de que debe partir hacia Vietnam en calidad de asesor a petición de McNamara, en referencia al que fue secretario de Defensa y director del Pentágono hasta 1968. La conversación podría tener un tinte casual, si no supiéramos que Bobby Kennedy fue asesinado en el transcurso de dicha carrera presidencial, el mismo día que ganaba virtualmente las primarias del Partido Demócrata al candidato y presidente pro-belicista, Lyndon Johnson.

Azzarello parece apuntarse a la teoría de que “la maldición de los Kennedy” respondía, en realidad, a un complot criminal de los “halcones” de Washington para alejar del poder a la carismática familia demócrata, pues esta escena permite interpretar que el Pentágono decide enviar al Comediante a conflictos fuera del país para mantenerlo al margen de los planes de Bobby Kennedy. La conversación adquiere un matiz aún más ominoso cuando Blake se queja de la rápida conclusión del combate entre Clay y Milton (cuyos enfrentamientos estuvieron envueltos en sospechas de amaño), y el político exclama divertido: “Eddie, precisamente tú deberías saber cuándo algo está amañado”.
Este encuentro sirve como prólogo a los primeros compases de la Guerra de Vietnam, que los autores nos muestran desde la óptica de un Eddie Blake que se siente en su salsa, dando rienda suelta al carácter sádico y pendenciero del que ya hiciera gala como héroe enmascarado antes de la Ley Keene. El capítulo, cerrado con el discurso del presidente Johnson anunciando la intervención militar en Vietnam, sirve así de antesala a una historia cuya conclusión leemos en las propias páginas de Watchmen, donde este conflicto tiene un desenlace muy diferente al que tuvo en la realidad, de- bido a la intervención de personajes como el Comediante o el Dr. Manhattan.

Por tanto, Azzarello y J.G. Jones siguen jugando de forma inteligente con aquello que quedó fuera de plano en el clásico firmado por Moore y Dave Gibbons, aprovechando las elipsi.s y omisiones del material original para construir una historia comple- tamente nueva que no resulte redundante al lector, pero que, al mismo tiempo, mantenga la coherencia con la obra de referencia.

David B. Gil