Darwyn Cooke continúa desgranando los días de gloria del primer grupo de enmascarados de la historia, y para ello sigue apoyándose en la voz de Hollis Mason, el Búho Nocturno original, como si este Antes de Watchmen: Minutemen fuera una prolongación de Bajo la Capucha, la autobiografía del veterano vigilante. Pero hay en esta crónica de los momentos claves de la historia del supergrupo un matiz diferencial con respecto al relato que de ellos se hacía en Watchmen: mientras que en la obra original de Alan Moore los acontecimientos se narraban desde una óptica suavizada por el paso de los años (“cada día que pasa el futuro parece más oscuro, pero el pasado, incluso sus momentos más duros, parece volverse más brillante” le decía Sally Juspeczyk a su hija al rememorar sus días como Minutemen), aquí, sin embargo, Cooke opta por prescindir de este filtro nostálgico y nos muestra los acontecimientos tal como sucedieron, en su desnuda e indisimulada dimensión.
Este cambio de perspectiva puede provocar la equívoca sensación en el lector de que el escritor canadiense se está sacando demasiados elementos de la manga, que está sazonando el relato para que resulte más interesante (pues en el original, al fin y al cabo, la historia de estos enmascarados pioneros era tangencial a la trama principal), pero lo cierto es que todo lo descrito por Cooke en esta crónica de los “años dorados” es estrictamente fiel a lo que Moore y Dave Gibbons contaron en el clásico de 1986, de forma explícita en algunos casos e insinuada en otros. Y es que muchos de los elementos esenciales para entender la historia de los Minutemen estaban presentes en Watchmen de una forma soslayada, escritos entre líneas de modo que solo se hacían evidentes en posteriores relecturas de la obra.
Uno de estos elementos subyacentes era el de las relaciones homosexuales entre miembros de los Minutemen, evidente en el caso de la Silueta, cuya trágica muerte en brazos de su amante menciona Mason en las páginas de su autobiografía, pero más velado en el caso del Capitán Metrópolis y Justicia Encapuchada. La relación homosexual entre ambos, que algunos se han apresurado a señalar como una exageración de Cooke de algo que resultaba ambiguo en el material original, resulta, en realidad, bastante fiel a las escasas referencias a la misma que el escritor de Northampton deslizó en las páginas de Watchmen.
Entre estas referencias había indicios más inciertos, como las palabras del Comediante mientras Justicia Encapuchada le está pegando una paliza, después de que este le sorprendiera violando a Sally Júpiter: “Esto es lo que te gusta, ¿eh? Lo que te pone caliente”, le espeta el más joven de los Minutemen con el rostro hinchado por los golpes. Pero también hay otros indicios mucho más evidentes: por ejemplo, al final del capítulo IX de Watchmen (La oscuridad del simple ser) se incluye una carta de “Larry” Schexnayder a Sally Júpiter en la que este muestra su preocupación por la relación que mantienen “J.E.” (presumiblemente, Justicia Encapuchada) y “Nelly” (Nelson Gardner era el nombre civil del Capitán Metrópolis). El dossier incluido al final de ese capítulo también recoge una entrevista a Espectro de Seda en la que esta lamenta el trato público que se le dio a la Silueta cuando se desveló que era lesbiana, señalando que fue una hipocresía porque “Ursula Zandt no era la única homosexual de los Minutemen”.
No es casual que Darwyn Cooke opte por traer al primer plano este affaire en el seno de los Minutemen, ya que los superhéroes gays han sido uno de los temas candentes en la industria del cómic durante los últimos meses. El mismo año que DC ha decidido mostrar a Alan Scott (el Green Lantern original) besando a su novio, o que Marvel ha llevado a la portada de X-Men la boda homosexual de Estrella del Norte, Cooke parece querer recordarnos que Alan Moore y Dave Gibbons ya abordaron esta temática en las páginas de Watchmen, y no solo en la trama de los Minutemen, sino también a través de una de las historias anónimas que conformaban el background ciudadano de aquella Nueva York preapocalíptica.
Aunque tradicionalmente se ha acusado a DC Comics de ser más conservadora que su directa competidora (bien es cierto que no abandonó el Comic Code hasta 2011, diez años más tarde que Marvel), resulta curioso comprobar cómo en los cómics de DC se ha abordado la homosexualidad de forma más habitual. Por ejemplo, el primer superhéroe abiertamente gay, Extraño, de los Nuevos Guardianes, hizo su aparición en una de las colecciones de la editorial a finales de los ochenta. Tal vez no sea el mejor ejemplo, ya que el personaje arrastraba un cúmulo de clichés largamente superados a día de hoy, pero abrió la puerta a una realidad obviada hasta entonces en la industria. Un ejemplo más digno es, quizá, la reinterpretación de Batwoman, que se ha convertido en la primera superheroína lesbiana protagonista de su propia serie. Es un tanto a favor de DC en esta tardía carrera por normalizar la imagen de la homosexualidad en el cómic norteamericano, pero que no deja de tener un reverso perverso, ya que el personaje fue originalmente creado en los años cincuenta como interés romántico para Batman, precisamente para acallar aquellas voces que encontraban connotaciones homosexuales en la relación entre el Hombre Murciélago y Robin.
Pero los Minutemen no solo fueron pioneros a la hora de mostrar relaciones homosexuales entre sus componentes; también tienen el honor de ser uno de los primeros supergrupos con un representante: Laurence Schexnayder. Este hecho, sabiamente explotado por Cooke en estas páginas, no es ni mucho menos casual, ya que fue la forma en que Alan Moore decidió evidenciar que los Minutemen no eran tan solo un grupo de enmascarados reunidos con el fin de combatir la injusticia. También eran una sociedad alimentada por otros intereses más relacionados con la fama, la relevancia mediática y el negocio.
Y es que uno de los temas de fondo abordados en Watchmen era el de los verdaderos motivos que podían empujar a alguien a hacer algo tan extremo como enfundarse unas mallas y salir a combatir el crimen. El deseo de ahondar en la psique de sus protagonistas y buscar una respuesta factible a algo tan improbable es lo que daba a la obra original esa pátina de verosimilitud, hasta el punto de que muchos la describían como “el cómic que mostraba cómo serían los superhéroes si existieran realmente”.
Ya se ha comentado que, en las reuniones preparatorias del proyecto Antes de Watchmen, los autores acordaron convertir la idea del “motivo último” en el eje de las miniseries, de tal modo que cada historia expusiera los momentos claves en la vida de sus protagonistas, aquello que había empujado a cada personaje de Watchmen a hacer lo que hacía. Darwyn Cooke aplica también este esquema a los Minutemen, escarbando en las distintas motivaciones de sus componentes para mostrar que, en mayor o me- nor medida, estos enmascarados utilizaban su aparente altruismo como justificación para satisfacer anhelos menos elevados: desde el brutal sadismo de Justicia Encapuchada y el Comediante, hasta la necesidad de admiración de Espectro de Seda y el Capitán Metrópolis, o el simple fin económico, presente en la mayoría de ellos.
Solo unos pocos parecían movidos por un sincero afán de justicia, y Darwyn Cooke marca la línea que separa a los auténticos héroes del resto en la escena central de este segundo capítulo: en la primera reunión oficial de los Minutemen en su nuevo cuartel. Cuando la Silueta propone desarticular una banda dedicada a la pornografía infantil, la mayoría del grupo, condicionado por la opinión de su representante, opta por desestimar el caso alegando que puede ser perjudicial para su imagen pública. Solo Búho Nocturno y Mothman deciden acompañarla, y así se evidencia la primera fractura en el seno de la sociedad. El hecho de que los Minutemen, con total descargo de conciencia, prioricen su imagen a la lucha contra crímenes de la más baja calaña demuestra que el título elegido por Cooke para este segundo capítulo, Años dorados, no es sino una descripción irónica de un sueño torcido desde su mismo origen, o como el propio Hollis Mason expresa en su biografía, “una manzana que los gusanos roían desde dentro”.
Estas motivaciones espurias de los Minutemen tendrían su réplica en los posteriores protagonistas de Watchmen, muchos de ellos directamente inspirados por estos primeros vigilantes, y son el desencadenante de una de las reflexiones más complejas de la obra original: no todo aquel que se considera bueno tiene por qué ser capaz de hacer el bien. Así, el personaje menos preocupado por usar su faceta de héroe enmascarado para ganar dinero o notoriedad, Adrian Veidt, aquel que se echa a la espalda la titánica tarea de salvar a la humanidad de sí misma, es el que termina por cometer los actos más atroces perpetrados por un solo hombre. El mérito de Cooke, por tanto, es haber comprendido las claves de Watchmen y haberlas sabido reinterpretar para esta historia.
David B. Gil
Este cambio de perspectiva puede provocar la equívoca sensación en el lector de que el escritor canadiense se está sacando demasiados elementos de la manga, que está sazonando el relato para que resulte más interesante (pues en el original, al fin y al cabo, la historia de estos enmascarados pioneros era tangencial a la trama principal), pero lo cierto es que todo lo descrito por Cooke en esta crónica de los “años dorados” es estrictamente fiel a lo que Moore y Dave Gibbons contaron en el clásico de 1986, de forma explícita en algunos casos e insinuada en otros. Y es que muchos de los elementos esenciales para entender la historia de los Minutemen estaban presentes en Watchmen de una forma soslayada, escritos entre líneas de modo que solo se hacían evidentes en posteriores relecturas de la obra.
Uno de estos elementos subyacentes era el de las relaciones homosexuales entre miembros de los Minutemen, evidente en el caso de la Silueta, cuya trágica muerte en brazos de su amante menciona Mason en las páginas de su autobiografía, pero más velado en el caso del Capitán Metrópolis y Justicia Encapuchada. La relación homosexual entre ambos, que algunos se han apresurado a señalar como una exageración de Cooke de algo que resultaba ambiguo en el material original, resulta, en realidad, bastante fiel a las escasas referencias a la misma que el escritor de Northampton deslizó en las páginas de Watchmen.
Entre estas referencias había indicios más inciertos, como las palabras del Comediante mientras Justicia Encapuchada le está pegando una paliza, después de que este le sorprendiera violando a Sally Júpiter: “Esto es lo que te gusta, ¿eh? Lo que te pone caliente”, le espeta el más joven de los Minutemen con el rostro hinchado por los golpes. Pero también hay otros indicios mucho más evidentes: por ejemplo, al final del capítulo IX de Watchmen (La oscuridad del simple ser) se incluye una carta de “Larry” Schexnayder a Sally Júpiter en la que este muestra su preocupación por la relación que mantienen “J.E.” (presumiblemente, Justicia Encapuchada) y “Nelly” (Nelson Gardner era el nombre civil del Capitán Metrópolis). El dossier incluido al final de ese capítulo también recoge una entrevista a Espectro de Seda en la que esta lamenta el trato público que se le dio a la Silueta cuando se desveló que era lesbiana, señalando que fue una hipocresía porque “Ursula Zandt no era la única homosexual de los Minutemen”.
No es casual que Darwyn Cooke opte por traer al primer plano este affaire en el seno de los Minutemen, ya que los superhéroes gays han sido uno de los temas candentes en la industria del cómic durante los últimos meses. El mismo año que DC ha decidido mostrar a Alan Scott (el Green Lantern original) besando a su novio, o que Marvel ha llevado a la portada de X-Men la boda homosexual de Estrella del Norte, Cooke parece querer recordarnos que Alan Moore y Dave Gibbons ya abordaron esta temática en las páginas de Watchmen, y no solo en la trama de los Minutemen, sino también a través de una de las historias anónimas que conformaban el background ciudadano de aquella Nueva York preapocalíptica.
Aunque tradicionalmente se ha acusado a DC Comics de ser más conservadora que su directa competidora (bien es cierto que no abandonó el Comic Code hasta 2011, diez años más tarde que Marvel), resulta curioso comprobar cómo en los cómics de DC se ha abordado la homosexualidad de forma más habitual. Por ejemplo, el primer superhéroe abiertamente gay, Extraño, de los Nuevos Guardianes, hizo su aparición en una de las colecciones de la editorial a finales de los ochenta. Tal vez no sea el mejor ejemplo, ya que el personaje arrastraba un cúmulo de clichés largamente superados a día de hoy, pero abrió la puerta a una realidad obviada hasta entonces en la industria. Un ejemplo más digno es, quizá, la reinterpretación de Batwoman, que se ha convertido en la primera superheroína lesbiana protagonista de su propia serie. Es un tanto a favor de DC en esta tardía carrera por normalizar la imagen de la homosexualidad en el cómic norteamericano, pero que no deja de tener un reverso perverso, ya que el personaje fue originalmente creado en los años cincuenta como interés romántico para Batman, precisamente para acallar aquellas voces que encontraban connotaciones homosexuales en la relación entre el Hombre Murciélago y Robin.
Pero los Minutemen no solo fueron pioneros a la hora de mostrar relaciones homosexuales entre sus componentes; también tienen el honor de ser uno de los primeros supergrupos con un representante: Laurence Schexnayder. Este hecho, sabiamente explotado por Cooke en estas páginas, no es ni mucho menos casual, ya que fue la forma en que Alan Moore decidió evidenciar que los Minutemen no eran tan solo un grupo de enmascarados reunidos con el fin de combatir la injusticia. También eran una sociedad alimentada por otros intereses más relacionados con la fama, la relevancia mediática y el negocio.
Y es que uno de los temas de fondo abordados en Watchmen era el de los verdaderos motivos que podían empujar a alguien a hacer algo tan extremo como enfundarse unas mallas y salir a combatir el crimen. El deseo de ahondar en la psique de sus protagonistas y buscar una respuesta factible a algo tan improbable es lo que daba a la obra original esa pátina de verosimilitud, hasta el punto de que muchos la describían como “el cómic que mostraba cómo serían los superhéroes si existieran realmente”.
Ya se ha comentado que, en las reuniones preparatorias del proyecto Antes de Watchmen, los autores acordaron convertir la idea del “motivo último” en el eje de las miniseries, de tal modo que cada historia expusiera los momentos claves en la vida de sus protagonistas, aquello que había empujado a cada personaje de Watchmen a hacer lo que hacía. Darwyn Cooke aplica también este esquema a los Minutemen, escarbando en las distintas motivaciones de sus componentes para mostrar que, en mayor o me- nor medida, estos enmascarados utilizaban su aparente altruismo como justificación para satisfacer anhelos menos elevados: desde el brutal sadismo de Justicia Encapuchada y el Comediante, hasta la necesidad de admiración de Espectro de Seda y el Capitán Metrópolis, o el simple fin económico, presente en la mayoría de ellos.
Solo unos pocos parecían movidos por un sincero afán de justicia, y Darwyn Cooke marca la línea que separa a los auténticos héroes del resto en la escena central de este segundo capítulo: en la primera reunión oficial de los Minutemen en su nuevo cuartel. Cuando la Silueta propone desarticular una banda dedicada a la pornografía infantil, la mayoría del grupo, condicionado por la opinión de su representante, opta por desestimar el caso alegando que puede ser perjudicial para su imagen pública. Solo Búho Nocturno y Mothman deciden acompañarla, y así se evidencia la primera fractura en el seno de la sociedad. El hecho de que los Minutemen, con total descargo de conciencia, prioricen su imagen a la lucha contra crímenes de la más baja calaña demuestra que el título elegido por Cooke para este segundo capítulo, Años dorados, no es sino una descripción irónica de un sueño torcido desde su mismo origen, o como el propio Hollis Mason expresa en su biografía, “una manzana que los gusanos roían desde dentro”.
Estas motivaciones espurias de los Minutemen tendrían su réplica en los posteriores protagonistas de Watchmen, muchos de ellos directamente inspirados por estos primeros vigilantes, y son el desencadenante de una de las reflexiones más complejas de la obra original: no todo aquel que se considera bueno tiene por qué ser capaz de hacer el bien. Así, el personaje menos preocupado por usar su faceta de héroe enmascarado para ganar dinero o notoriedad, Adrian Veidt, aquel que se echa a la espalda la titánica tarea de salvar a la humanidad de sí misma, es el que termina por cometer los actos más atroces perpetrados por un solo hombre. El mérito de Cooke, por tanto, es haber comprendido las claves de Watchmen y haberlas sabido reinterpretar para esta historia.
David B. Gil