Eccediciones

De Whitechapel a Gotham City

En 1988, el hoy reputado guionista Mark Waid ejercía funciones de editor en DC Comics, y entre sus múltiples tareas se contaba la supervisión de Secret Origins. Por aquel entonces, la cabecera —de periodicidad mensual— dedicaba cada una de sus entregas a relatar o aclarar el origen del nutrido panteón de personajes de la editorial, tras las alteraciones en la continuidad propiciadas por la serie limitada Crisis en Tierras Infinitas (1985-1986). Y en vista de la buena aceptación deparada por los lectores, las altas instancias de DC optaron por conceder un anual de 80 páginas a la colección. La decisión, aunque positiva, puso en un serio aprieto a un Waid que durante los meses previos había dedicado diferentes números de la cabecera a protagonistas y secundarios de las franquicias de Batman y Superman; de modo que, precisamente cuando más deseaba corresponder la confianza de sus superiores, se dio de bruces con una preocupante escasez de ideas para el futuro especial.

Mientras regresaba a casa tras finalizar su jornada laboral, Waid aprovechó el viaje diario en autobús para barruntar posibles soluciones, y fue entonces cuando recordó las Imaginary Stories tan arraigadas en la tradición de DC Comics: aquellas historietas publicadas entre 1942 y 1986 que, alejadas de la continuidad, presentaban escenarios alternativos o ligeras variaciones en la caracterización de los héroes para explotar un factor sorpresa que contraviniera las presunciones de los lectores. Una línea editorial oficiosa cuyo exponente más representativo fue, probablemente, la inolvidable Superman: ¿Qué fue del Hombre del Mañana? de Alan Moore y Curt Swan (incluida en El Universo DC de Alan Moore). “¿Y si el cohete de Superman hubiera aterrizado en la Unión Soviética?” Esa fue la primera hipótesis con la que jugueteó el editor; pero, sin poder prever que años más tarde Mark Millar y Dave Johnson explotarían esa premisa en Superman: Hijo rojo, intentó discurrir otras opciones.

Incapaz de quitarse la idea de la cabeza, en cuanto Waid llegó a su apartamento telefoneó a su mejor amigo en busca del feedback necesario para cerciorarse de su validez; y Brian Augustyn, también editor de DC, le respondió con un par de certeras preguntas planteadas a modo de sugerencia: “¿Y si Batman hubiera vivido en la era victoriana? ¿Y si se hubiera enfrentado a Jack el Destripador?”. “Por la naturaleza gótica del Hombre Murciélago, podría llegar a funcionar” —pensó Waid—, y la figura del tristemente célebre homicida encajaba en ese contexto histórico. Al día siguiente, Augustyn presentó una propuesta completa desarrollando la historia y, sorprendido por su potencial, Waid decidió que era demasiado buena como para reducirla a un anual que fácilmente podía pasar desapercibido. Pero para recibir el visto bueno de la editorial, se antojaba imprescindible contar con un artista de renombre que diera más lustre a la todavía hipotética obra.

No es raro que en las grandes historias juegue un papel determinante la casualidad; y esta no es una excepción: proyecto serendípico donde los haya, Batman: Gotham a luz de gas se benefició de la inesperada presencia de un gran dibujante cuyo estilo se ajustaba perfectamente a lo que guionista y editor tenían en mente. Un autor que precisamente aquella mañana visitaba las oficinas de la editorial. Nos referimos a Mike Mignola, quien tras entregar las últimas páginas de Odisea cósmica al editor Mike Carlin, escuchó atentamente la propuesta de Waid y Augustyn. Aunque en un primer momento se mostró reticente por coincidir con otras ofertas que tenía sobre la mesa, no tardó en dejarse seducir por una historia que encajaba no solo con su sensibilidad —por ser un entusiasta de la literatura victoriana—, sino también con su deseo de dejar a un lado el género superheroico puro y duro para comenzar a redefinirse profesionalmente. Así que, con Mignola convencido, el mítico Dick Giordano dio luz verde a un proyecto al que se sumarían P. Craig Russell como entintador y David Hornung como colorista.

Las páginas que siguen a continuación nos retrotraen a 1889, año posterior al asesinato de al menos cinco prostitutas en el distrito londinense de Whitechapel. Víctimas estranguladas, degolladas y mutiladas por quien, no contento con perpetrar tan brutales crímenes, jugó al gato y al ratón con Scotland Yard y los medios de comunicación, enviándoles —como bien saben Alan Moore y Eddie Campbell, autores de la excelente From Hell— misivas escritas “desde el Infierno”. Durante décadas, han corrido ríos de tinta sobre la naturaleza y la autoría de los crímenes; pero más que especular con la veracidad de las diferentes teorías, el guion de Augustyn se limitó a apropiarse del mito para urdir una ficción que confrontara al Mejor Detective del Mundo con el asesino impune más célebre de la historia, convertido en uno de los mayores enigmas criminales todavía sin resolver. Para ello, dio por buena una premisa que 20 años más tarde fue desarrollada por el documental del Discovery Channel Jack el Destripador en América (John Fothergill, 2009): que tras perpetrar los crímenes en tierras británicas, el misterioso asesino en serie cruzó el Atlántico rumbo a Estados Unidos. En este caso, con las oscuras calles de Gotham City como destino...

Realidad y ficción se mezclan, pues, en esta obra salpicada de constantes guiños: el lector más avezado advertirá la presencia de Sigmund Freud y la sutil referencia al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle; identificará el parecido físico de este James Gordon con un joven Theodore Roosevelt —comisario de policía en la Nueva York de 1895—; constatará la semejanza existente entre Jacob Packer y Boris Karloff; o se fijará en el cartel policial de cierto Príncipe Payaso del Crimen, cuyo retrato recuerda poderosamente al Conrad Veidt de El hombre que ríe (Paul Leni, 1928). Estos son tan solo algunos ejemplos del juego de las semejanzas y las diferencias propuesto por el equipo creativo, estructurado a imagen y semejanza de los whodunnit? más clásicos de la novela policíaca.

Batman: Gotham a luz de gas contó con una secuela titulada Batman: Amo del futuro, también recopilada en el presente volumen. Y lo cierto es que Mike Mignola pareció tomar el gusto a jugar con versiones alternativas del Caballero Oscuro, ya que años más tarde aprovecharía las páginas de la notable Batman: La maldición que cayó sobre Gotham para rendir su particular homenaje a H.P. Lovecraft. Pero más allá de su indudable valor intrínseco —que no es poco—, esta obra será recordada por mostrar el camino a la contemplación de Otros Mundos en los que, tal y como reza la frase promocional acuñada por Dennis O’Neil, “personajes tan conocidos como el ayer parecen tan nuevos como el mañana”. Criaturas de ficción que, iluminadas por una lámpara de gas, proyectan sombras distorsionadas y misteriosas, reclamando un lugar de privilegio en la mitología de DC Comics.

David Fernández

Artículo originalmente publicado en las páginas de Batman: Gotham a luz de gas.