La etapa de Brian Azzarello como guionista en Hellblazer trajo ciertos cambios a la colección del cínico ocultista. Durante su estancia en la serie, el creador literario de 100 balas firmó unos episodios magníficos que apartaban a John Constantine del sendero de lo sobrenatural y lo introducían en el terreno del thriller de suspense. En aquellas aventuras, la figura del mago de Liverpool incidía en la trama de forma oblicua. Más testigo que protagonista, su presencia funcionaba como catalizador para resolver las intrigas que se presentaban en su camino. Su figura recordaba a veces al arquetipo encarnado por Clint Eastwood en multitud de westerns: un justiciero silencioso que surgía de la nada liberando un villorrio oprimido y desaparecía sin dejar rastro una vez completada su misión. En sintonía con esta imagen esquiva del personaje, Azzarello rebajó el porcentaje de sucesos paranormales reduciendo la acción a los estrechos confines del mundo racional y de la geografía de Estados Unidos. Los aficionados al horror y a lo sobrenatural se sintieron decepcionados por esta deriva hacia el thriller y el género negro. La llegada de Mike Carey (Liverpool, 1959) convirtió la cabecera de nuevo de una serie con más raíces en el thriller o en el suspense a un título que volvía a moverse en los terrenos del terror y lo sobrenatural.
El debut de Carey en Hellblazer se produjo en septiembre de 2002. Oriundo de Liverpool, este guionista había sido lector voraz de historietas desde la niñez. Su vocación literaria lo había impulsado a mantener en paralelo durante los noventa un empleo como profesor de lengua y literatura, y una carrera como escritor de cómics por encargo (para Malibu, incluso, llegó a firmar una biografía del cantante Ozzy Osbourne y otra de la banda de heavy metal Pantera). En 1999, se dio a conocer profesionalmente en la industria firmando una serie limitada para el sello Vertigo: The Sandman Presents: Lucifer, dibujada por Scott Hampton. Esta obra conquistó el aprecio del público y mereció una continuación en forma de cabecera mensual titulada Lucifer (2000-2006). Esta serie asentó definitivamente a Carey en el mercado estadounidense. Cuando asomó a las páginas de Hellblazer era ya un profesional consumado cuyo propósito era restaurar la naturaleza mágica de la serie, aplicándose a ello durante 40 estupendos episodios junto a varios dibujantes, entre los que destacaban los argentinos Marcelo Frusin y Leonardo Manco.
Carey respetó la estructura dominante en la época de Azzarello, con arcos argumentales divididos en un puñado de entregas (de dos a cinco, normalmente). Pero incorporó una solución narrativa de su cosecha entrelazando las distintas sagas mediante la inclusión de hilos argumentales que dilató astutamente durante toda su estancia en la serie. La mayoría de esas tramas asomaron por primera vez en los episodios que abarca este volumen. En ellos, el guionista sembró el argumento con enigmas y premoniciones que espoleaban la curiosidad de los lectores de cara a la resolución futura de la trama (situada en los episodios agrupados en el segundo tomo). Además, confirió al protagonista un espesor psicológico que contrastaba abiertamente con la figura inquietante y fantasmal que aparecía (y desaparecía) en los episodios firmados por Azzarello.
Carey devolvió a Constantine al paisaje urbano que mejor lo definía: un Londres deprimente muy distinto a la imagen de postal que suelen ofrecer las guías turísticas. Pero Hellblazer no se limitó a un único escenario. Fiel al espíritu viajero del personaje, su itinerario fue de lo más variado. La figura del protagonista se recortaba con igual naturalidad sobre el telón de fondo de Inglaterra que sobre el de Australia o Irán. Sus viajes lo presentaban, además, arropado por un elenco de figurantes que incluía al inevitable Chas Chandler o a ilustres visitantes como el Fantasma Errante y la Cosa del Pantano. Sin embargo, en la nómina de secundarios, tres personajes femeninos destacaban especialmente sobre todos los demás. Se trataba de Angie Spatchcock, Gemma Masters y la diablesa Rosacarnis.
El rol de Spatchcock fue cambiando progresivamente de detonante de la acción a compañera y amante del protagonista. Sin embargo, fue mucho más que una mera ayudante de Constantine. Durante esta etapa, demostró una inteligencia, una actitud y una independencia de criterio que la sitúan a la altura de otros secundarios femeninos que dejaron honda huella en la serie, como Zed (durante la etapa de Jamie Delano) o Kit Ryan (durante la de Garth Ennis). Por su parte, Gemma Masters —sobrina de Constantine— adquirió un relieve inusitado siguiendo los pasos de su tío en el mundo de lo oculto, resolviendo incluso algún caso por cuenta propia. Por último, Rosacarnis se introdujo poco a poco en la trama llegando a jugar un papel determinante en los sucesos que se desarrollarán en el próximo volumen. A este respecto, el número 200 de Hellblazer ejerció de bisagra separando dos etapas mediante un brusco giro narrativo y, también, mediante un relevo en el apartado artístico.
Hasta ese episodio, el dibujante titular de la serie había sido el argentino Marcelo Frusin, artista que se curtió profesionalmente como ayudante de Eduardo Risso y que firmó en Hellblazer (primero con Azzarello, luego con Carey) un trabajo de excepción jugando con el ritmo narrativo, con la composición de página y con una estética definida por la síntesis y el empleo de los contraluces (en línea con el expresionismo del también argentino José Muñoz). En 2004, Frusin cedió los lápices de la cabecera a su compatriota Leonardo Manco, que había aprendido los fundamentos del oficio en un curso impartido por el historietista Alberto Salinas (creador gráfico de Dago). Manco imprimió a la serie una estética meticulosa y explotó en estas páginas su inclinación por lo sórdido, lo inquietante y lo escabroso (culminando en la espléndida novela gráfica Hellblazer: All His Engines, escrita por Carey y publicada en 2005). ¿El resultado? Una de las etapas mejor escritas y dibujadas de toda la serie. En ella, John Constantine volvió a jugar al gato y al ratón en el reino de lo sobrenatural, ejerciendo alternativamente de perseguido y de perseguidor, haciendo disfrutar a sus lectores de sus triunfos y, sobre todo, de sus adversidades. Un regreso por todo lo alto.
Jorge García
Artículo publicado en Hellblazer: Mike Carey vol. 01 (de 2) ¡Ya a la venta!
Previa de Hellblazer: Mike Carey vol. 01 (de 2)
El debut de Carey en Hellblazer se produjo en septiembre de 2002. Oriundo de Liverpool, este guionista había sido lector voraz de historietas desde la niñez. Su vocación literaria lo había impulsado a mantener en paralelo durante los noventa un empleo como profesor de lengua y literatura, y una carrera como escritor de cómics por encargo (para Malibu, incluso, llegó a firmar una biografía del cantante Ozzy Osbourne y otra de la banda de heavy metal Pantera). En 1999, se dio a conocer profesionalmente en la industria firmando una serie limitada para el sello Vertigo: The Sandman Presents: Lucifer, dibujada por Scott Hampton. Esta obra conquistó el aprecio del público y mereció una continuación en forma de cabecera mensual titulada Lucifer (2000-2006). Esta serie asentó definitivamente a Carey en el mercado estadounidense. Cuando asomó a las páginas de Hellblazer era ya un profesional consumado cuyo propósito era restaurar la naturaleza mágica de la serie, aplicándose a ello durante 40 estupendos episodios junto a varios dibujantes, entre los que destacaban los argentinos Marcelo Frusin y Leonardo Manco.
Carey respetó la estructura dominante en la época de Azzarello, con arcos argumentales divididos en un puñado de entregas (de dos a cinco, normalmente). Pero incorporó una solución narrativa de su cosecha entrelazando las distintas sagas mediante la inclusión de hilos argumentales que dilató astutamente durante toda su estancia en la serie. La mayoría de esas tramas asomaron por primera vez en los episodios que abarca este volumen. En ellos, el guionista sembró el argumento con enigmas y premoniciones que espoleaban la curiosidad de los lectores de cara a la resolución futura de la trama (situada en los episodios agrupados en el segundo tomo). Además, confirió al protagonista un espesor psicológico que contrastaba abiertamente con la figura inquietante y fantasmal que aparecía (y desaparecía) en los episodios firmados por Azzarello.
Carey devolvió a Constantine al paisaje urbano que mejor lo definía: un Londres deprimente muy distinto a la imagen de postal que suelen ofrecer las guías turísticas. Pero Hellblazer no se limitó a un único escenario. Fiel al espíritu viajero del personaje, su itinerario fue de lo más variado. La figura del protagonista se recortaba con igual naturalidad sobre el telón de fondo de Inglaterra que sobre el de Australia o Irán. Sus viajes lo presentaban, además, arropado por un elenco de figurantes que incluía al inevitable Chas Chandler o a ilustres visitantes como el Fantasma Errante y la Cosa del Pantano. Sin embargo, en la nómina de secundarios, tres personajes femeninos destacaban especialmente sobre todos los demás. Se trataba de Angie Spatchcock, Gemma Masters y la diablesa Rosacarnis.
El rol de Spatchcock fue cambiando progresivamente de detonante de la acción a compañera y amante del protagonista. Sin embargo, fue mucho más que una mera ayudante de Constantine. Durante esta etapa, demostró una inteligencia, una actitud y una independencia de criterio que la sitúan a la altura de otros secundarios femeninos que dejaron honda huella en la serie, como Zed (durante la etapa de Jamie Delano) o Kit Ryan (durante la de Garth Ennis). Por su parte, Gemma Masters —sobrina de Constantine— adquirió un relieve inusitado siguiendo los pasos de su tío en el mundo de lo oculto, resolviendo incluso algún caso por cuenta propia. Por último, Rosacarnis se introdujo poco a poco en la trama llegando a jugar un papel determinante en los sucesos que se desarrollarán en el próximo volumen. A este respecto, el número 200 de Hellblazer ejerció de bisagra separando dos etapas mediante un brusco giro narrativo y, también, mediante un relevo en el apartado artístico.
Hasta ese episodio, el dibujante titular de la serie había sido el argentino Marcelo Frusin, artista que se curtió profesionalmente como ayudante de Eduardo Risso y que firmó en Hellblazer (primero con Azzarello, luego con Carey) un trabajo de excepción jugando con el ritmo narrativo, con la composición de página y con una estética definida por la síntesis y el empleo de los contraluces (en línea con el expresionismo del también argentino José Muñoz). En 2004, Frusin cedió los lápices de la cabecera a su compatriota Leonardo Manco, que había aprendido los fundamentos del oficio en un curso impartido por el historietista Alberto Salinas (creador gráfico de Dago). Manco imprimió a la serie una estética meticulosa y explotó en estas páginas su inclinación por lo sórdido, lo inquietante y lo escabroso (culminando en la espléndida novela gráfica Hellblazer: All His Engines, escrita por Carey y publicada en 2005). ¿El resultado? Una de las etapas mejor escritas y dibujadas de toda la serie. En ella, John Constantine volvió a jugar al gato y al ratón en el reino de lo sobrenatural, ejerciendo alternativamente de perseguido y de perseguidor, haciendo disfrutar a sus lectores de sus triunfos y, sobre todo, de sus adversidades. Un regreso por todo lo alto.
Jorge García
Artículo publicado en Hellblazer: Mike Carey vol. 01 (de 2) ¡Ya a la venta!
Previa de Hellblazer: Mike Carey vol. 01 (de 2)