Este último número de las aventuras del Dr. Manhattan a través de su peculiar multiverso llega cuando la historia parecía prácticamente concluida en el anterior, y demuestra la osadía de quienes lo firman, J. Michael Straczynski y Adam Hughes, al contradecir con el más experimental de los episodios muchas de las convenciones prácticamente inherentes al medio del cómic. Estas convenciones abarcan incluso las más elementales, como el sentido de las páginas... Algo con lo que jugaron ya Scott Snyder y
Greg Capullo en el número 5 de la serie americana Batman (primer episodio de Batman núm. 5).
Allí se nos mostraba a un Hombre Murciélago tan desorientado y perdido en el laberinto del Tribunal de los Búhos que incluso las páginas del cómic que narraba su periplo cambiaban de orientación. Pasaban del sentido vertical al horizontal, y luego aparecían tan bocabajo como estas... justo antes de recuperar su sentido original. Dicho episodio provocó la confusión entre los lectores de ambos lados del Atlántico, desde libreros a simples aficionados, que creyeron haber detectado un error de maquetación donde no lo había en absoluto. La anécdota sirvió, al menos, para que DC ya advirtiera con suficiente antelación –en los textos promocionales que anunciaban este número 4 de Before Watchmen: Dr. Manhattan en el catálogo Previews de Diamond Comics– que la estructura de las páginas no se debía a ninguna edición defectuosa, sino al empeño deliberado de los autores.
Otra de las convenciones que Straczynski y Hughes se saltan, aunque sea mucho más habitual hacerlo en el medio del cómic desde prácticamente el origen de su existencia, es la de contradecir el título y convertirlo, por tanto, en un falso reclamo. Efectivamente, además de Antes de Watchmen, el desenlace de la historia de Manhattan abarca episodios acontecidos “durante Watchmen“ y “después de Watchmen“. Lo primero es la conversación final entre Ozymandias y Jon Osterman antes de que este abandone el planeta Tierra, citada literalmente del último episodio del cómic original de Alan Moore y Dave Gibbons. Lo segundo es la partida de Manhattan rumbo a otro planeta, su visita a este y el hecho de que, efectivamente, se dedique a crear vida en él.
Más allá de lo discutible de plasmar en imágenes y en un relato concreto lo que Watchmen tan solo sugería, quedan sin duda el acierto narrativo de una despedida así y la simple belleza plástica de los dibujos de Hughes, magistral incluso en el retrato realista de paisajes extraterrestres (si es que tal cosa es posible), como avales para que la historia se cierre de esta forma. Aparte de muchas otras convenciones cuestionadas en episodios anteriores y más relacionadas con otras series de Antes de Watchmen –como la ruptura de las fronteras entre lo real y lo ficticio, ejemplificada en este caso por la visita de Jon a un universo alternativo donde se ve a sí mismo como personaje de una revista de ciencia ficción titulada Emocionantes misterios del espacio–, queda esta conclusión como apoteosis definitiva del retrato del Doctor Manhattan identificado prácticamente con un dios. Al fin y al cabo, una gesta así, la creación de vida, ha estado fuera del alcance de la inmensa mayoría de los superhéroes de cómic... pero no de todos.
Está claro que siempre ha habido personajes ultrapoderosos que se han sugerido alguna vez como posibles creadores de universos enteros: Krona –y los Guardianes del Universo por pura deducción–, el Monitor y el Anti-Monitor en Crisis en Tierras Infinitas... o incluso Barry Allen en Flashpoint, pese a lo insólito que parezca. A nivel mucho más “casero”, también el Doctor Frankenstein, creador del agente de S.H.A.D.E. que todos conocemos y amamos gracias a sus dos tomos recientemente publicados, fue el primer científico en dotar de vida a la materia muerta (por lo visto tanto en la novela de Mary W. Shelley como en el Nuevo Universo DC). Sus herederos naturales quizá sean los responsables de N.O.W.H.E.R.E., cuyo proyecto de clonación dio origen a Kon-El, el Superboy del nUDC. Sin embargo, quizá el recuerdo más reciente y memorable que los lectores tengan de esta hazaña sea la séptima de las doce pruebas que tuvo que superar el Hombre de Acero en All-Star Superman, de Grant Morrison y Frank Quitely. En el décimo episodio de esta historia, considerada por muchos la mejor del personaje, Kal-El creaba un universo entero en el que se hallaba la denominada Tierra Q. Durante el transcurso de la enfermedad terminal que padecía el héroe, aún pendiente de completar sus pruebas, los habitantes de dicho planeta evolucionaban desde la prehistoria prácticamente hasta la actualidad. Y entonces el lector, atónito, descubría que ese universo era el nuestro y que en él Jerry Siegel y Joe Shuster ideaban un personaje, Superman, cuya interminable batalla imaginaria serviría de inspiración para todos los demás creadores de superhéroes del cómic. Desde los más contemporáneos, como Bob Kane, hasta los más distantes en el tiempo... como Alan Moore.
Felip Tobar
Greg Capullo en el número 5 de la serie americana Batman (primer episodio de Batman núm. 5).
Allí se nos mostraba a un Hombre Murciélago tan desorientado y perdido en el laberinto del Tribunal de los Búhos que incluso las páginas del cómic que narraba su periplo cambiaban de orientación. Pasaban del sentido vertical al horizontal, y luego aparecían tan bocabajo como estas... justo antes de recuperar su sentido original. Dicho episodio provocó la confusión entre los lectores de ambos lados del Atlántico, desde libreros a simples aficionados, que creyeron haber detectado un error de maquetación donde no lo había en absoluto. La anécdota sirvió, al menos, para que DC ya advirtiera con suficiente antelación –en los textos promocionales que anunciaban este número 4 de Before Watchmen: Dr. Manhattan en el catálogo Previews de Diamond Comics– que la estructura de las páginas no se debía a ninguna edición defectuosa, sino al empeño deliberado de los autores.
Otra de las convenciones que Straczynski y Hughes se saltan, aunque sea mucho más habitual hacerlo en el medio del cómic desde prácticamente el origen de su existencia, es la de contradecir el título y convertirlo, por tanto, en un falso reclamo. Efectivamente, además de Antes de Watchmen, el desenlace de la historia de Manhattan abarca episodios acontecidos “durante Watchmen“ y “después de Watchmen“. Lo primero es la conversación final entre Ozymandias y Jon Osterman antes de que este abandone el planeta Tierra, citada literalmente del último episodio del cómic original de Alan Moore y Dave Gibbons. Lo segundo es la partida de Manhattan rumbo a otro planeta, su visita a este y el hecho de que, efectivamente, se dedique a crear vida en él.
Más allá de lo discutible de plasmar en imágenes y en un relato concreto lo que Watchmen tan solo sugería, quedan sin duda el acierto narrativo de una despedida así y la simple belleza plástica de los dibujos de Hughes, magistral incluso en el retrato realista de paisajes extraterrestres (si es que tal cosa es posible), como avales para que la historia se cierre de esta forma. Aparte de muchas otras convenciones cuestionadas en episodios anteriores y más relacionadas con otras series de Antes de Watchmen –como la ruptura de las fronteras entre lo real y lo ficticio, ejemplificada en este caso por la visita de Jon a un universo alternativo donde se ve a sí mismo como personaje de una revista de ciencia ficción titulada Emocionantes misterios del espacio–, queda esta conclusión como apoteosis definitiva del retrato del Doctor Manhattan identificado prácticamente con un dios. Al fin y al cabo, una gesta así, la creación de vida, ha estado fuera del alcance de la inmensa mayoría de los superhéroes de cómic... pero no de todos.
Está claro que siempre ha habido personajes ultrapoderosos que se han sugerido alguna vez como posibles creadores de universos enteros: Krona –y los Guardianes del Universo por pura deducción–, el Monitor y el Anti-Monitor en Crisis en Tierras Infinitas... o incluso Barry Allen en Flashpoint, pese a lo insólito que parezca. A nivel mucho más “casero”, también el Doctor Frankenstein, creador del agente de S.H.A.D.E. que todos conocemos y amamos gracias a sus dos tomos recientemente publicados, fue el primer científico en dotar de vida a la materia muerta (por lo visto tanto en la novela de Mary W. Shelley como en el Nuevo Universo DC). Sus herederos naturales quizá sean los responsables de N.O.W.H.E.R.E., cuyo proyecto de clonación dio origen a Kon-El, el Superboy del nUDC. Sin embargo, quizá el recuerdo más reciente y memorable que los lectores tengan de esta hazaña sea la séptima de las doce pruebas que tuvo que superar el Hombre de Acero en All-Star Superman, de Grant Morrison y Frank Quitely. En el décimo episodio de esta historia, considerada por muchos la mejor del personaje, Kal-El creaba un universo entero en el que se hallaba la denominada Tierra Q. Durante el transcurso de la enfermedad terminal que padecía el héroe, aún pendiente de completar sus pruebas, los habitantes de dicho planeta evolucionaban desde la prehistoria prácticamente hasta la actualidad. Y entonces el lector, atónito, descubría que ese universo era el nuestro y que en él Jerry Siegel y Joe Shuster ideaban un personaje, Superman, cuya interminable batalla imaginaria serviría de inspiración para todos los demás creadores de superhéroes del cómic. Desde los más contemporáneos, como Bob Kane, hasta los más distantes en el tiempo... como Alan Moore.
Felip Tobar
Previa (portada y cinco páginas interiores) de Antes de Watchmen: Dr. Manhattan núm. 4.