El tercero de los cómics que se incluyen en Grandes autores de Batman: Frank Miller box set es El contraataque del Caballero Oscuro, la secuela de El regreso del Caballero Oscuro, publicado 15 años más tarde y con el telón de fondo de los atentados del 11-S en Estados Unidos. En sus páginas, vemos a Bruce Wayne de vuelta a la acción, tras otros tres años de letargo, y un futuro muy poco prometedor para la humanidad. A continuación, os mostramos el tráiler que hemos realizado para este lanzamiento y la introducción que abre la obra.
Tráiler de "Batman: El contraataque del Caballero Oscuro"
http://www.youtube.com/watch?v=hxrPHdRt_YI
Introducción de "Batman: El contraataque del Caballero Oscuro":
El gran poli estalla, por Vicki Vale
Se podría oír caer una anilla. De aquellas de las que salen de una granada.
Fue una autodecapitación social en toda regla. Por no mencionar el suicidio profesional. Y en un funeral, nada menos.
Fue en el funeral de Bruce Wayne, que en otra ocasión habría sido íntimo, para honrar al hijo más famoso de Gotham City y a las dos vidas que llevó, como voraz y multimillonario hombre de negocios, y como Batman, el fornido cazador de tipos malos.
Por si estabas en otra galaxia cuando ocurrió, el anciano Cruzado Enmascarado protagonizó un regreso con mucho ruido y pocas nueces, y cayó muerto de un ataque al corazón cuando los federales le rodearon.
O quizá le dispararon, ¿quién sabe? Esos federales no hablan muy a menudo, al menos no últimamente. Y si lo hacen, mienten, eso está claro.
Da igual. El Cazador Enmascarado palmó. El Caballero Oscuro estiró la pata. Bruce Wayne se quedó frío.
Alguien le preparó un funeral caro. Y Jim Gordon se inmoló.
Fue toda una escena, incluso antes de que Gordon descubriera el placer de arder. Clark Kent estaba en la tercera fila, con aspecto de llevar varios días sin dormir. Selina Kyle, quien solía ponerlos cachondos y matarlos (pero de verdad) como Catwoman, estaba en la primera fila, sedada y sin apenas mantener la verticalidad. Y frente a todos estaba Jim Gordon, tirando su reputación por el retrete.
Su reputación. James Gordon. Policía de carrera. Tenía algo de bagaje y unos asuntos turbios de su primera época en Chicago, claro. Pero era un buen poli. Mucho más que eso.
Jim Gordon era un maldito héroe.
Limpió Gotham City durante una buena temporada. Fue directo a por los matones mafiosos que controlaban nuestra ciudad. Aprovechó todas las ocasiones que tuvo. El Romano sigue pudriéndose en su celda, maldiciendo a Jim Gordon.
Sabe Dios lo loco que se habría podido volver el Cruzado Enmascarado si Gordon no le hubiera sabido tratar. Wayne tenía mal genio. No era exactamente la viva estampa de la cordura.
El tipo se vestía como un roedor, por amor de Dios.
Y ahí estaba Gordon, aclarándose la garganta, mirando al público. Cegador. Casi nos esperábamos que la liara.
“Le asesinamos”, gruñó él. “Asesinamos a Bruce Wayne, malditas sean nuestras almas.”
Hubo miradas rápidas por toda la sala. En el lado derecho del público estaba la comisaria de policía Ellen Yindel, que había sustituido a Gordon en este trabajo desagradecido. Tenía pinta de estarse tragando un melón entero. Pese a sus diferencias, ama a Jim Gordon. Que él perdiera la cabeza de esa manera le mataba.
Y quizá Gordon se habría relajado de no haber sido por Selina Kyle. Siempre ha sido muy enérgica. “Dilo”, susurró ella, recordándonos de pronto a quién imitaba Eartha Kitt por aquel entonces.
“Dilo. Dilo todo”, dijo Selina. Dijo Catwoman.
Sí. En los viejos tiempos la llamaban Catwoman. Y te dirigías a ese puma con respeto, claro que sí.
“¡Dilo!”, dijo Selina entre dientes. Y fue un bufido airado del que Eartha habría estado orgullosa. El viejo murciélago era salvaje. La bomba, nenes.
Se podría haber oído caer una anilla.
Y Gordon lo dijo.
“Asesinamos a Bruce Wayne. Fuimos nosotros. No importa quién apretara el gatillo. Fuera quien fuera el asesino, trabajaba para nosotros. No podíamos vivir con un gigante entre nosotros.”
El alcalde Giordano parecía a punto de estallar. Kent parecía estar a punto de vomitar.
Jimmy Olsen se inclinó hacia delante, temblando con esa furia suya tan aterradora, con los ojos rojos.
Como siempre le pasa cuando alguien saca a los de las mallas.
“El resto de los héroes nos ahorraron el problema”, dijo Gordon con una mueca. “Se marcharon. Sabían que no podíamos soportar su presencia, vigilándonos y salvándonos constantemente la vida. Pero ¿a quién le importa eso, eh? Nos hacían sentir pequeños.”
“Al menos el resto tuvieron el buen gusto de marcharse y dejar que los olvidáramos. Igual que hizo Bruce Wayne. Durante 10 años. 10 años que dedicamos a ser más pequeños y viles.”
“Yo estaba sentado frente a mi amigo cuando volvió a ser Batman. No es que se volviera a poner las mallas ni nada por el estilo. No. Estuvo todo en la mandíbula, en su condenadamente grande mandíbula, y la forma en que la torció hacia un lado. Y en los ojos. La pasión de un santo. La calma de un ejecutor. Supe que volvería a ser Batman antes de que él mismo lo supiera.”
“Y supe que le mataríamos.”
“Cuando Batman volvió, no pudimos soportarlo. Esta vez no dejó que le diéramos órdenes.”
“Órdenes.” El policía escupió la palabra, como si fuera una obscenidad.
“No se disculpó por lo que era, así que le asesinamos.”
Jim Gordon dejó de hablar. Respiró hondo. “Gracias a Dios”, susurró alguien a mi lado. Qué iluso resultó ser.
Entre el público, Perry White tosió. Fuerte. Lois Lane le apretó el hombro, con los ojos tan rojos como Olsen.
El Pingüino rompió a llorar, como hace siempre.
Gordon prosiguió, para horror de todo el mundo.
“Le asesinamos por una sencilla razón. En nuestro pequeño y horrible mundo no hay lugar para un hombre lúcido y que arregla lo que está mal. Somos cositas gordas y mimadas. Bien alimentadas. Bruce Wayne... Batman... no se acomodaba como nosotros. Bruce Wayne vio algo malo. Y le dio un puñetazo. Lo tiró por la ventana. Le machacó la cara. Lo detuvo en seco.”
Justo entonces, el fiscal Robbins se dirigió a la puerta. Ya había oído bastante. Y, a decir verdad, parecía algo mareado.
Y Gordon estaba en racha. En serio. Fue a peor.
“Así que teníamos que asesinar a Bruce Wayne”, soltó nuestro antiguo comisario de policía, nuestro policía heroico. Nuestro Jim “posible candidato a vicepresidente en las siguientes elecciones si no se le hubiera ido la pelota en el funeral” Gordon.
“Le asesinamos”, dijo él por la que parecía la millonésima vez.
Entonces resumió todo lo que tenía que decir sobre Batman en tan pocas palabras que me hizo llorar. Y eso hice. Lloré como un bebé. Igual que todos los demás.
“Estamos hasta el cuello de problemas. Le necesitamos.”
“Necesitamos a Bruce Wayne.”
Tráiler de "Batman: El contraataque del Caballero Oscuro"
http://www.youtube.com/watch?v=hxrPHdRt_YI
Introducción de "Batman: El contraataque del Caballero Oscuro":
El gran poli estalla, por Vicki Vale
Se podría oír caer una anilla. De aquellas de las que salen de una granada.
Fue una autodecapitación social en toda regla. Por no mencionar el suicidio profesional. Y en un funeral, nada menos.
Fue en el funeral de Bruce Wayne, que en otra ocasión habría sido íntimo, para honrar al hijo más famoso de Gotham City y a las dos vidas que llevó, como voraz y multimillonario hombre de negocios, y como Batman, el fornido cazador de tipos malos.
Por si estabas en otra galaxia cuando ocurrió, el anciano Cruzado Enmascarado protagonizó un regreso con mucho ruido y pocas nueces, y cayó muerto de un ataque al corazón cuando los federales le rodearon.
O quizá le dispararon, ¿quién sabe? Esos federales no hablan muy a menudo, al menos no últimamente. Y si lo hacen, mienten, eso está claro.
Da igual. El Cazador Enmascarado palmó. El Caballero Oscuro estiró la pata. Bruce Wayne se quedó frío.
Alguien le preparó un funeral caro. Y Jim Gordon se inmoló.
Fue toda una escena, incluso antes de que Gordon descubriera el placer de arder. Clark Kent estaba en la tercera fila, con aspecto de llevar varios días sin dormir. Selina Kyle, quien solía ponerlos cachondos y matarlos (pero de verdad) como Catwoman, estaba en la primera fila, sedada y sin apenas mantener la verticalidad. Y frente a todos estaba Jim Gordon, tirando su reputación por el retrete.
Su reputación. James Gordon. Policía de carrera. Tenía algo de bagaje y unos asuntos turbios de su primera época en Chicago, claro. Pero era un buen poli. Mucho más que eso.
Jim Gordon era un maldito héroe.
Limpió Gotham City durante una buena temporada. Fue directo a por los matones mafiosos que controlaban nuestra ciudad. Aprovechó todas las ocasiones que tuvo. El Romano sigue pudriéndose en su celda, maldiciendo a Jim Gordon.
Sabe Dios lo loco que se habría podido volver el Cruzado Enmascarado si Gordon no le hubiera sabido tratar. Wayne tenía mal genio. No era exactamente la viva estampa de la cordura.
El tipo se vestía como un roedor, por amor de Dios.
Y ahí estaba Gordon, aclarándose la garganta, mirando al público. Cegador. Casi nos esperábamos que la liara.
“Le asesinamos”, gruñó él. “Asesinamos a Bruce Wayne, malditas sean nuestras almas.”
Hubo miradas rápidas por toda la sala. En el lado derecho del público estaba la comisaria de policía Ellen Yindel, que había sustituido a Gordon en este trabajo desagradecido. Tenía pinta de estarse tragando un melón entero. Pese a sus diferencias, ama a Jim Gordon. Que él perdiera la cabeza de esa manera le mataba.
Y quizá Gordon se habría relajado de no haber sido por Selina Kyle. Siempre ha sido muy enérgica. “Dilo”, susurró ella, recordándonos de pronto a quién imitaba Eartha Kitt por aquel entonces.
“Dilo. Dilo todo”, dijo Selina. Dijo Catwoman.
Sí. En los viejos tiempos la llamaban Catwoman. Y te dirigías a ese puma con respeto, claro que sí.
“¡Dilo!”, dijo Selina entre dientes. Y fue un bufido airado del que Eartha habría estado orgullosa. El viejo murciélago era salvaje. La bomba, nenes.
Se podría haber oído caer una anilla.
Y Gordon lo dijo.
“Asesinamos a Bruce Wayne. Fuimos nosotros. No importa quién apretara el gatillo. Fuera quien fuera el asesino, trabajaba para nosotros. No podíamos vivir con un gigante entre nosotros.”
El alcalde Giordano parecía a punto de estallar. Kent parecía estar a punto de vomitar.
Jimmy Olsen se inclinó hacia delante, temblando con esa furia suya tan aterradora, con los ojos rojos.
Como siempre le pasa cuando alguien saca a los de las mallas.
“El resto de los héroes nos ahorraron el problema”, dijo Gordon con una mueca. “Se marcharon. Sabían que no podíamos soportar su presencia, vigilándonos y salvándonos constantemente la vida. Pero ¿a quién le importa eso, eh? Nos hacían sentir pequeños.”
“Al menos el resto tuvieron el buen gusto de marcharse y dejar que los olvidáramos. Igual que hizo Bruce Wayne. Durante 10 años. 10 años que dedicamos a ser más pequeños y viles.”
“Yo estaba sentado frente a mi amigo cuando volvió a ser Batman. No es que se volviera a poner las mallas ni nada por el estilo. No. Estuvo todo en la mandíbula, en su condenadamente grande mandíbula, y la forma en que la torció hacia un lado. Y en los ojos. La pasión de un santo. La calma de un ejecutor. Supe que volvería a ser Batman antes de que él mismo lo supiera.”
“Y supe que le mataríamos.”
“Cuando Batman volvió, no pudimos soportarlo. Esta vez no dejó que le diéramos órdenes.”
“Órdenes.” El policía escupió la palabra, como si fuera una obscenidad.
“No se disculpó por lo que era, así que le asesinamos.”
Jim Gordon dejó de hablar. Respiró hondo. “Gracias a Dios”, susurró alguien a mi lado. Qué iluso resultó ser.
Entre el público, Perry White tosió. Fuerte. Lois Lane le apretó el hombro, con los ojos tan rojos como Olsen.
El Pingüino rompió a llorar, como hace siempre.
Gordon prosiguió, para horror de todo el mundo.
“Le asesinamos por una sencilla razón. En nuestro pequeño y horrible mundo no hay lugar para un hombre lúcido y que arregla lo que está mal. Somos cositas gordas y mimadas. Bien alimentadas. Bruce Wayne... Batman... no se acomodaba como nosotros. Bruce Wayne vio algo malo. Y le dio un puñetazo. Lo tiró por la ventana. Le machacó la cara. Lo detuvo en seco.”
Justo entonces, el fiscal Robbins se dirigió a la puerta. Ya había oído bastante. Y, a decir verdad, parecía algo mareado.
Y Gordon estaba en racha. En serio. Fue a peor.
“Así que teníamos que asesinar a Bruce Wayne”, soltó nuestro antiguo comisario de policía, nuestro policía heroico. Nuestro Jim “posible candidato a vicepresidente en las siguientes elecciones si no se le hubiera ido la pelota en el funeral” Gordon.
“Le asesinamos”, dijo él por la que parecía la millonésima vez.
Entonces resumió todo lo que tenía que decir sobre Batman en tan pocas palabras que me hizo llorar. Y eso hice. Lloré como un bebé. Igual que todos los demás.
“Estamos hasta el cuello de problemas. Le necesitamos.”
“Necesitamos a Bruce Wayne.”