Cuando de villanos pintorescos, letales y carismáticos se trata, parece existir cierto consenso a la hora de señalar la particular galería del Hombre Murciélago como la más variada y fascinante de cuantas habitan el universo superheroico. Así que, con semejante catálogo de entrañables rarezas a su entera disposición, Paul Dini supo aprovechar su estancia como guionista regular de Detective Comics para someter a buena parte de estos personajes al escrutinio de su procesador de textos, con el que reivindicó el encanto y la compleja psicología de los perdedores reincidentes. De quienes una y otra vez constatan que sus intentos por hacer el mal se dan de bruces con el defensor de Gotham City… y aún así insisten en su empeño.
¿A qué se debe esa incapacidad de abandonar sus identidades criminales? ¿Qué fuerza les impide asumir su inevitable fracaso, predeterminado por los usos y costumbres del género, y dedicarse a otros menesteres? Según el propio Dini, “en cuanto adquieres una identidad en el bat-universo, ésta te transforma: te conviertes en un personaje siempre en curso. Y resulta realmente divertido profundizar en ello y centrar el foco de atención sobre esta noción”. Una noción convertida en eje sobre el que gira toda esta etapa, tal y como refrendan las páginas precedentes.
Respetando escrupulosamente su orden de aparición, los primeros villanos que irrumpen en este tomo son el Ventrílocuo y su inseparable Scarface, creados en 1988 por Alan Grant, John Wagner y Norm Breyfogle (Detective Comics núm. 583). Aunque ideada para hacer acto de presencia en The Mean Arena —historia serializada en la cabecera británica 2000AD—, Grant y Wagner optaron por reservar a esta extraña pareja para una mejor ocasión, que se les presentó cuando el editor Dennis O’Neil les ofreció hacerse cargo de la cabecera más veterana del Caballero Oscuro.
Comenta Grant que el origen de estos perturbadores malhechores está relacionado con la fascinación que sentían ambos guionistas por las representaciones de ventrílocuos emitidas durante su infancia en la televisión británica: “Queríamos ver un muñeco que fuera psicóticamente malvado, de ahí que decidiéramos crear uno tallado a partir de madera procedente de una guillotina de Gotham en la que fueron colgados 113 hombres”. Inspirado en Al Capone, el muñeco recibió la apariencia y el apodo del mítico hampón, conocido en sus tiempos como Scarface; y durante 18 años el encargado de ejercer como Ventrílocuo fue Arnold Wesker: un individuo apocado, anodino y aquejado de un trastorno de identidad disociativo, finalmente asesinado por el Gran Tiburón Blanco en Batman: Un año después (2007). Así pues, ¿quién se encarga ahora de manejar a Scarface? Esa es, precisamente, la pregunta que se encargan de responder Paul Dini y Don Kramer.
A continuación, Edward Nigma confirma su condición de secundario imprescindible de esta etapa, interpretando el papel de rival del Mejor Detective del Mundo. En palabras de Dini: “Cuando se me ocurrió la idea, pensé en crear un nuevo personaje que desarrollaría a lo largo de unas cuantas entregas de la colección. Pero pronto empecé a barajar la posibilidad de que ese personaje fuera el Acertijo. Sí, odia a Batman y prácticamente tiene una habitación reservada en Arkham. Pero… ¿y si por alguna razón quisiera hacer un esfuerzo por reinsertarse en la sociedad ofreciendo sus servicios como detective privado?”. Un radical cambio de actitud en el que probablemente haya pesado más el pragmatismo y el afán de reconocimiento que sus nobles intenciones.
Finalmente, el guionista neoyorquino vuelve a echar mano de uno de sus personajes fetiche: Harley Quinn, quien ya había protagonizado la fugaz aparición escenificada en Detective Comics núm. 823, tal y como comprobamos en Batman: Detective núm. 1. Este carismático personaje nació en 1992 durante el proceso de escritura del guion televisivo Un favor para el Joker; y tal y como se explica en el libro Batman: La serie de animación (2000), fue el propio Dini quien abocetó un diseño preliminar acompañado de las siguientes anotaciones: “Típica mujer estrafalaria de los años 40, a lo Betty Hutton, Gloria Grahame o Claudette Colbert —actrices estadounidenses, todas ellas— pero con estilo. Descarada, lista, peligrosa, parece tonta pero no lo es. ¿Cabello de dos colores? Cara más redonda y graciosa que otras ‘chicas bonitas’. Más guapa que la típica chica de dibujo animado”. A partir de esa base, Bruce Timm definió su aspecto final a imagen y semejanza de los arlequines de la Comedia del Arte italiana a los que remiten su alias, construido a partir de un juego de palabras establecido entre el nombre y el apellido de esta criminal. Psiquiatra en Arkham, Harleen Frances Quinzel cometió el error del enamorarse de un paciente tan peculiar como peligroso: el mismísimo Joker. Y esos sentimientos propiciaron, en última instancia, el inicio de su carrera criminal como cómplice del Sr. J.
Harley caló hondo entre el equipo de producción de la serie y entre los espectadores, hasta el punto de que su popularidad traspasó las fronteras de la pequeña pantalla: en 1993, The Batman Adventures núm. 12 acogió su primera aparición en el mundo del cómic, de la mano de Kelley Puckett y Mike Parobeck. Y apenas un año más tarde, Dini y Timm la convirtieron en gran protagonista de todo un clásico: el especial Batman: Amor loco, que exploró el pasado y las motivaciones de quien a lo largo de los últimos años ha tenido una presencia casi constante en producciones de animación, cómics y videojuegos relacionados con el Cruzado de la Capa. En este tomo veremos cómo Bruce Wayne, en su papel de miembro de la junta directiva del Hospital Psiquiátrico de Arkham, tendrá que valorar si la señorita Quinzel ha aprendido la lección y ya está preparada para reinsertarse en la sociedad. Un voto cuyo sentido condicionará el devenir de esta apasionante y divertida etapa de Detective Comics.
David Fernández
Artículo publicado originalmente en las páginas de Batman: Detective núm. 2.
¿A qué se debe esa incapacidad de abandonar sus identidades criminales? ¿Qué fuerza les impide asumir su inevitable fracaso, predeterminado por los usos y costumbres del género, y dedicarse a otros menesteres? Según el propio Dini, “en cuanto adquieres una identidad en el bat-universo, ésta te transforma: te conviertes en un personaje siempre en curso. Y resulta realmente divertido profundizar en ello y centrar el foco de atención sobre esta noción”. Una noción convertida en eje sobre el que gira toda esta etapa, tal y como refrendan las páginas precedentes.
Respetando escrupulosamente su orden de aparición, los primeros villanos que irrumpen en este tomo son el Ventrílocuo y su inseparable Scarface, creados en 1988 por Alan Grant, John Wagner y Norm Breyfogle (Detective Comics núm. 583). Aunque ideada para hacer acto de presencia en The Mean Arena —historia serializada en la cabecera británica 2000AD—, Grant y Wagner optaron por reservar a esta extraña pareja para una mejor ocasión, que se les presentó cuando el editor Dennis O’Neil les ofreció hacerse cargo de la cabecera más veterana del Caballero Oscuro.
Comenta Grant que el origen de estos perturbadores malhechores está relacionado con la fascinación que sentían ambos guionistas por las representaciones de ventrílocuos emitidas durante su infancia en la televisión británica: “Queríamos ver un muñeco que fuera psicóticamente malvado, de ahí que decidiéramos crear uno tallado a partir de madera procedente de una guillotina de Gotham en la que fueron colgados 113 hombres”. Inspirado en Al Capone, el muñeco recibió la apariencia y el apodo del mítico hampón, conocido en sus tiempos como Scarface; y durante 18 años el encargado de ejercer como Ventrílocuo fue Arnold Wesker: un individuo apocado, anodino y aquejado de un trastorno de identidad disociativo, finalmente asesinado por el Gran Tiburón Blanco en Batman: Un año después (2007). Así pues, ¿quién se encarga ahora de manejar a Scarface? Esa es, precisamente, la pregunta que se encargan de responder Paul Dini y Don Kramer.
A continuación, Edward Nigma confirma su condición de secundario imprescindible de esta etapa, interpretando el papel de rival del Mejor Detective del Mundo. En palabras de Dini: “Cuando se me ocurrió la idea, pensé en crear un nuevo personaje que desarrollaría a lo largo de unas cuantas entregas de la colección. Pero pronto empecé a barajar la posibilidad de que ese personaje fuera el Acertijo. Sí, odia a Batman y prácticamente tiene una habitación reservada en Arkham. Pero… ¿y si por alguna razón quisiera hacer un esfuerzo por reinsertarse en la sociedad ofreciendo sus servicios como detective privado?”. Un radical cambio de actitud en el que probablemente haya pesado más el pragmatismo y el afán de reconocimiento que sus nobles intenciones.
Finalmente, el guionista neoyorquino vuelve a echar mano de uno de sus personajes fetiche: Harley Quinn, quien ya había protagonizado la fugaz aparición escenificada en Detective Comics núm. 823, tal y como comprobamos en Batman: Detective núm. 1. Este carismático personaje nació en 1992 durante el proceso de escritura del guion televisivo Un favor para el Joker; y tal y como se explica en el libro Batman: La serie de animación (2000), fue el propio Dini quien abocetó un diseño preliminar acompañado de las siguientes anotaciones: “Típica mujer estrafalaria de los años 40, a lo Betty Hutton, Gloria Grahame o Claudette Colbert —actrices estadounidenses, todas ellas— pero con estilo. Descarada, lista, peligrosa, parece tonta pero no lo es. ¿Cabello de dos colores? Cara más redonda y graciosa que otras ‘chicas bonitas’. Más guapa que la típica chica de dibujo animado”. A partir de esa base, Bruce Timm definió su aspecto final a imagen y semejanza de los arlequines de la Comedia del Arte italiana a los que remiten su alias, construido a partir de un juego de palabras establecido entre el nombre y el apellido de esta criminal. Psiquiatra en Arkham, Harleen Frances Quinzel cometió el error del enamorarse de un paciente tan peculiar como peligroso: el mismísimo Joker. Y esos sentimientos propiciaron, en última instancia, el inicio de su carrera criminal como cómplice del Sr. J.
Harley caló hondo entre el equipo de producción de la serie y entre los espectadores, hasta el punto de que su popularidad traspasó las fronteras de la pequeña pantalla: en 1993, The Batman Adventures núm. 12 acogió su primera aparición en el mundo del cómic, de la mano de Kelley Puckett y Mike Parobeck. Y apenas un año más tarde, Dini y Timm la convirtieron en gran protagonista de todo un clásico: el especial Batman: Amor loco, que exploró el pasado y las motivaciones de quien a lo largo de los últimos años ha tenido una presencia casi constante en producciones de animación, cómics y videojuegos relacionados con el Cruzado de la Capa. En este tomo veremos cómo Bruce Wayne, en su papel de miembro de la junta directiva del Hospital Psiquiátrico de Arkham, tendrá que valorar si la señorita Quinzel ha aprendido la lección y ya está preparada para reinsertarse en la sociedad. Un voto cuyo sentido condicionará el devenir de esta apasionante y divertida etapa de Detective Comics.
David Fernández
Artículo publicado originalmente en las páginas de Batman: Detective núm. 2.