En Fundido en negro y La conexión Deadman, tomos que preceden al que nos ocupa, no faltan argumentos que justifiquen la condición de Doug Moench y Kelley Jones como Grandes autores de Batman. Porque si ya es complicado dar con los ingredientes adecuados para crear una buena historia del alter ego de Bruce Wayne, más difícil es construir una etapa de larga duración recordada por su fuerte personalidad. Huir de los lugares comunes y clichés argumentales para ofrecer una interpretación arriesgada y diferente, pero paradójicamente fiel a la esencia del mito. Entre 1995 y 1998, este equipo creativo logró definir una atmósfera única, a través de historias principalmente autoconclusivas ambientadas en una Gotham City más gótica que nunca. Pero ¿cuáles fueron las claves de tan atípica aproximación al justiciero? ¿Y las causas del inusual entendimiento entre ambos autores?
Moench y Jones llegaron a la serie regular Batman con una valiosa experiencia a sus espaldas, consistente en haber desarrollado varios proyectos del Cruzado de la Capa para la línea Otros Mundos, aquella destinada a que “personajes tan conocidos como el ayer parezcan tan nuevos como el mañana”. Nos referimos al especial Batman/Dark Joker: The Wild (1993) y a las novelas gráficas Lluvia roja (1991) y Tormenta de sangre (1994), que, junto a la más tardía Niebla carmesí (1998), integraron una trilogía posteriormente recopilada en Batman & Drácula.
Hasta tal punto se sentían cómodos trabajando en ese formato y en esas condiciones que cuando llegó a oídos de Moench que Dennis O’Neil había ofrecido a Jones el puesto de dibujante regular de Batman, en primera instancia no le pareció buena idea. “Creía que debíamos seguir haciendo especiales y miniseries para poder continuar con nuestra dinámica y estilo de trabajo”, recuerda Jones, “pero finalmente me dijo que si yo no flaqueaba ni dejaba la serie tras el primer año, él podría escribir las historias de Batman que siempre había querido”. Aquellas en las que se apreciara la rectitud del propio guionista y se reflejara al héroe como un intimidador que infundiera miedo en los criminales, de modo que tan solo se atrevieran a enfrentarse a él villanos de perfil psicopático. Enemigos que no se limitarían a robar dinero o joyas, “porque los crímenes en Gotham siempre tienen un componente de venganza y pasión”.
La naturaleza de los antagonistas resultó clave en la definición de la temática y el tono de esta etapa, partiendo de la idea de que las mejores historias de Batman “son aquellas indistinguibles del cine de terror y el género negro”. Nada problemático para un dibujante que menciona entre sus principales referentes a F.W. Murnau, Orson Welles, James Whale, Jacques Tourneur, Mario Bava, las películas de la Hammer y el cine gore y giallo de los años setenta y ochenta. Porque si algo quedó claro desde que se le encomendó la tarea de dibujar al Hombre Murciélago, fue su intención de compartir con los lectores una interpretación alejada del canon más recurrente: largas y afiladas orejas inspiradas en el “Batman definitivo” de Marshall Rogers, musculatura hiperbólica, interminable capa y un apego especial por las sombras, desde las que acecha a los malhechores de turno. El personaje tenía que ser visualmente entendido como “la personificación de la venganza o el castigo. La fuerza más dominante de una ciudad tan oscura como Gotham”. De ahí que Batman mostrara rasgos más aterradores y demoníacos. La capa y la capucha se convirtieron en sus elementos dominantes, y el estudio de pliegues adquirió mayor importancia que la anatomía. En cuanto a la morada del héroe, la batcueva asumió un aspecto laberíntico, y los útiles disponibles en su cinturón, cada vez más extraños y ocurrentes, demostraban “la inteligencia y el carácter previsor de Batman”.
El trazo de Jones —embellecido por John Beatty, su entintador habitual— se convirtió en una de las grandes señas de identidad de esta etapa. Pero solo cobraba pleno significado acompañado y reforzado por el estilo de Moench, que en palabras del dibujante es “evocador y periodístico, como el de Ernest Hemingway: siempre certero y proporcionando al lector fantásticas pistas narrativas. Pero lo más notable de sus guiones es que están totalmente abiertos a la interpretación. Puedes aproximarte a ellos como quieras, porque es realmente claro en los puntos fuertes de cada página, de cada viñeta. Es un guionista muy visual”. Lejos de delimitar de forma estricta sus funciones, los artífices de esta etapa fomentaron la improvisación y el intercambio de ideas, comparando el proceso creativo a una jam session de jazz. Siempre decididos a hacer suyas esas criaturas de ficción, dar lo mejor de sus respectivos talentos y tratar la colección con el máximo respeto.
Lo cierto es que a los lectores les encantó el nuevo enfoque: las ventas acompañaron, cada vez se recibían más cartas de apoyo en las oficinas de DC Comics y la serie pronto se convirtió en la más vendida de la editorial. Además, fruto de la insistencia de Moench, lograron mantener la independencia de la colección durante buena parte de esta etapa. Guionista veterano, sabía que la concatenación de crossovers podía constreñir su libertad creativa, de ahí que luchara por aislar la serie del resto de series relacionadas con el Mejor Detective del Mundo: “Siempre preferí hacer las cosas a mi aire, y afortunadamente eso fue posible durante los números de Batman dibujados por Kelley Jones”. En la misma línea, su compañero de equipo creativo insiste en que “era un ambiente de trabajo perfecto para nosotros, y a los fans les encantó”. Precisamente por ello, reconoce su felicidad por que se reediten estas historias, ya que “traen de vuelta algunos de los mejores recuerdos de mi vida: en una situación realmente estresante, lo pasamos muy bien”.
Buena muestra de ello es que en cuanto surgió la ocasión, ambos autores se reencontraron en las miniseries Batman: Haunted Gotham (2000) y Batman: Lo invisible (2009). Pero esa es otra historia que debe ser contada en otro momento. Lo que ahora corresponde es disfrutar de estas atípicas aventuras del Caballero Oscuro: comenzando su tercer año al frente de la colección, Moench y Jones dieron continuidad a su trepidante festín visual. Una obra divertida, grotesca, adictiva, conspiranoica y terrorífica que por fin abandona su condición de inédita en España para estar al alcance de todos los lectores.
David Fernández
Artículo publicado originalmente en las páginas de Grandes autores de Batman: Dough Moench y Kelly Jones: La noche final.
Moench y Jones llegaron a la serie regular Batman con una valiosa experiencia a sus espaldas, consistente en haber desarrollado varios proyectos del Cruzado de la Capa para la línea Otros Mundos, aquella destinada a que “personajes tan conocidos como el ayer parezcan tan nuevos como el mañana”. Nos referimos al especial Batman/Dark Joker: The Wild (1993) y a las novelas gráficas Lluvia roja (1991) y Tormenta de sangre (1994), que, junto a la más tardía Niebla carmesí (1998), integraron una trilogía posteriormente recopilada en Batman & Drácula.
Hasta tal punto se sentían cómodos trabajando en ese formato y en esas condiciones que cuando llegó a oídos de Moench que Dennis O’Neil había ofrecido a Jones el puesto de dibujante regular de Batman, en primera instancia no le pareció buena idea. “Creía que debíamos seguir haciendo especiales y miniseries para poder continuar con nuestra dinámica y estilo de trabajo”, recuerda Jones, “pero finalmente me dijo que si yo no flaqueaba ni dejaba la serie tras el primer año, él podría escribir las historias de Batman que siempre había querido”. Aquellas en las que se apreciara la rectitud del propio guionista y se reflejara al héroe como un intimidador que infundiera miedo en los criminales, de modo que tan solo se atrevieran a enfrentarse a él villanos de perfil psicopático. Enemigos que no se limitarían a robar dinero o joyas, “porque los crímenes en Gotham siempre tienen un componente de venganza y pasión”.
La naturaleza de los antagonistas resultó clave en la definición de la temática y el tono de esta etapa, partiendo de la idea de que las mejores historias de Batman “son aquellas indistinguibles del cine de terror y el género negro”. Nada problemático para un dibujante que menciona entre sus principales referentes a F.W. Murnau, Orson Welles, James Whale, Jacques Tourneur, Mario Bava, las películas de la Hammer y el cine gore y giallo de los años setenta y ochenta. Porque si algo quedó claro desde que se le encomendó la tarea de dibujar al Hombre Murciélago, fue su intención de compartir con los lectores una interpretación alejada del canon más recurrente: largas y afiladas orejas inspiradas en el “Batman definitivo” de Marshall Rogers, musculatura hiperbólica, interminable capa y un apego especial por las sombras, desde las que acecha a los malhechores de turno. El personaje tenía que ser visualmente entendido como “la personificación de la venganza o el castigo. La fuerza más dominante de una ciudad tan oscura como Gotham”. De ahí que Batman mostrara rasgos más aterradores y demoníacos. La capa y la capucha se convirtieron en sus elementos dominantes, y el estudio de pliegues adquirió mayor importancia que la anatomía. En cuanto a la morada del héroe, la batcueva asumió un aspecto laberíntico, y los útiles disponibles en su cinturón, cada vez más extraños y ocurrentes, demostraban “la inteligencia y el carácter previsor de Batman”.
El trazo de Jones —embellecido por John Beatty, su entintador habitual— se convirtió en una de las grandes señas de identidad de esta etapa. Pero solo cobraba pleno significado acompañado y reforzado por el estilo de Moench, que en palabras del dibujante es “evocador y periodístico, como el de Ernest Hemingway: siempre certero y proporcionando al lector fantásticas pistas narrativas. Pero lo más notable de sus guiones es que están totalmente abiertos a la interpretación. Puedes aproximarte a ellos como quieras, porque es realmente claro en los puntos fuertes de cada página, de cada viñeta. Es un guionista muy visual”. Lejos de delimitar de forma estricta sus funciones, los artífices de esta etapa fomentaron la improvisación y el intercambio de ideas, comparando el proceso creativo a una jam session de jazz. Siempre decididos a hacer suyas esas criaturas de ficción, dar lo mejor de sus respectivos talentos y tratar la colección con el máximo respeto.
Lo cierto es que a los lectores les encantó el nuevo enfoque: las ventas acompañaron, cada vez se recibían más cartas de apoyo en las oficinas de DC Comics y la serie pronto se convirtió en la más vendida de la editorial. Además, fruto de la insistencia de Moench, lograron mantener la independencia de la colección durante buena parte de esta etapa. Guionista veterano, sabía que la concatenación de crossovers podía constreñir su libertad creativa, de ahí que luchara por aislar la serie del resto de series relacionadas con el Mejor Detective del Mundo: “Siempre preferí hacer las cosas a mi aire, y afortunadamente eso fue posible durante los números de Batman dibujados por Kelley Jones”. En la misma línea, su compañero de equipo creativo insiste en que “era un ambiente de trabajo perfecto para nosotros, y a los fans les encantó”. Precisamente por ello, reconoce su felicidad por que se reediten estas historias, ya que “traen de vuelta algunos de los mejores recuerdos de mi vida: en una situación realmente estresante, lo pasamos muy bien”.
Buena muestra de ello es que en cuanto surgió la ocasión, ambos autores se reencontraron en las miniseries Batman: Haunted Gotham (2000) y Batman: Lo invisible (2009). Pero esa es otra historia que debe ser contada en otro momento. Lo que ahora corresponde es disfrutar de estas atípicas aventuras del Caballero Oscuro: comenzando su tercer año al frente de la colección, Moench y Jones dieron continuidad a su trepidante festín visual. Una obra divertida, grotesca, adictiva, conspiranoica y terrorífica que por fin abandona su condición de inédita en España para estar al alcance de todos los lectores.
David Fernández
Artículo publicado originalmente en las páginas de Grandes autores de Batman: Dough Moench y Kelly Jones: La noche final.