SOLO PARECÍAN MUERTOS. Habían terminado viejos y cansados, maldita sea. Tras su violento y atrevido nacimiento a finales de los años treinta y el pleno florecimiento de los cuarenta, cuando los soldados del frente leían las aventuras del Capitán América y Superman, los productores de cómics de superhéroes acometieron un pacto suicida. Sucumbieron a la presión de la censura de los cincuenta y convirtieron a aquellos defensores de la verdad y la justicia en parodias insufribles. Por el amor de Dios, si incluso hicieron policía a Batman.
Reflexiona. Hicieron policía a Batman. El tío se viste como Drácula, persigue a los malos como si fueran perros y los arroja por la ventana, pero le dieron una placa y lo convirtieron en un anuncio viviente del servicio público. Incluso vendía pastelitos. ¿Se puede terminar tan mal?
Y de Superman, mejor ni hablamos. Lo que les pasó a esos dos iconos tan queridos fue patético. Incluso el entintado quedaba fofo.
LES DIERON UN TOQUE DE ATENCIÓN en los años sesenta, cuando Jack Kirby, Stan Lee, Steve Ditko y el resto del personal de Marvel lograron que todo volviera a parecer nuevo. Pero el Comics Code aún procuraba que las cosas no fueran interesantes del todo, y las editoriales seguían sometiéndose absurdamente a sus absurdas normas, así que las cosas se volvieron a estancar.
De hecho, se pusieron bastante feas. El paciente estuvo a punto de morir. No tuvo pulso durante bastante tiempo. Había sufrido una muerte cerebral.
Sin embargo, Kirby, Lee, Ditko y compañía, ayudados más adelante por talentos como Neal Adamsy Jim Steranko, entre otros, le aplicaron el desfibrilador y consiguieron que el viejo caballo de guerra se levantara y volviera a ponerse en marcha.
ASÍ, UNA O DOS GENERACIONES SE HICIERON MAYORES, y algunos estábamos locamente enamorados de los tíos y las tías de las mallas. Empezamos a trabajar y a jugar con la idea de que podíamos entretener a los demás adultos con relatos de superhéroes. Molábamos, o por lo menos eso creíamos, y empezamos a burlarnos de las cosas que habían llenado de dicha nuestra infancia.
Les dimos nombres chulos, como deconstruccionismo. Añadimos un cóctel de cinismo político y engreimiento posfreudiano y lo agitamos todo, incluido el absurdo Comics Code. Al comisario Gordon le hicimos tragar la placa de Batman. No obstante, debajo de tanta presuntuosidad, éramos un montón de niños que lo pasábamos pipa.
Pero molábamos. Señalamos cuántas cosas (de aquellas que nos pasábamos la vida profesional escribiendo y dibujando) eran bobas, tontas, raras o puras locuras. Una vez, le dije de broma a Alan Moore que (con Watchmen) había efectuado la autopsia a los superhéroes y que yo (con El regreso del Caballero Oscuro) había celebrado un funeral con orquesta y todo.
Llegó a continuación un lamentable período “aciago” que, al parecer, me dio la razón. Los dientes solo aparecían cuando se apretaban. Los buenos se convirtieron en malos, en borrachos y en genocidas. No eran antihéroes sino villanos. Y lo peor es que lloriqueaban sin parar. La desesperación y la autocompasión estaban a la orden del día. Desde luego, parecía que yo lo hubiera hecho bien.
Pero, tío, me equivoqué.
Solo parecían muertos.
LAS BUENAS IDEAS NO MUEREN NUNCA. No es la única idea para un cómic que sea capaz de deslumbrar si se ejecuta con destreza e inteligencia (ni mucho menos), pero los superhéroes siguen siendo el único género que se creó exclusivamente para el medio.
El superhéroe sigue vivo, y quizá aún prospere, si nos dedicamos a reconstruirlo. No se trata de recrear con nostalgia los juguetes de nuestra infancia, sino de conseguir que el concepto vuelva a funcionar aportando nuestra experiencia y los tiempos que corren. Sin la carga de los prejuicios propios o ajenos, sin esa vergüenza histórica e inmerecida. Volviéndolo a construir, podemos tener esperanza en que la idea principal sea más fuerte que nunca. Más fuerte y más versátil, libre del “solo para niños”. Que aborde incluso temas adultos como los remordimientos, la deuda y el honor, que acepte las ambigüedades, las dudas y las decepciones de la vida real mientras mantiene esa sensación de asombro que nos hacía quedarnos bajo las sábanas con una linterna para leer mientras mamá no miraba. Esa es la tarea principal que afrontan los autores que crean cómics nuevos: devolverle al género su lustre esencial.
Busiek, Anderson y su equipo han realizado el máximo esfuerzo, y me han dejado impresionado. Espero que a ti también.
A continuación, sigue una buena historia de gánsteres. Y una historia de superhéroes muy pero que muy buena. Y un síntoma, espero, de lo que está por venir.
Bienvenido a ASTRO CITY.
Frank Miller
21 de marzo de 2000
Frank Miller lleva quebrantando normas desde finales de los años setenta tanto en los cómics como en la industria del cómic. Se dio a conocer gracias a Daredevil, de Marvel, y redefinió el género superheroico con El regreso del Caballero Oscuro. Su tema más fértil es la delincuencia, que ha explorado en su clásica serie negra Sin City, publicada por Dark Horse. Franco defensor de los derechos de autor y la libertad de expresión, Miller forma parte del consejo directivo del Comic Book Legal Defense Fund (www.cbldf.org).
Artículo publicado originalmente en las páginas de Astro City: El ángel caído ¡Ya a la venta!
Reflexiona. Hicieron policía a Batman. El tío se viste como Drácula, persigue a los malos como si fueran perros y los arroja por la ventana, pero le dieron una placa y lo convirtieron en un anuncio viviente del servicio público. Incluso vendía pastelitos. ¿Se puede terminar tan mal?
Y de Superman, mejor ni hablamos. Lo que les pasó a esos dos iconos tan queridos fue patético. Incluso el entintado quedaba fofo.
LES DIERON UN TOQUE DE ATENCIÓN en los años sesenta, cuando Jack Kirby, Stan Lee, Steve Ditko y el resto del personal de Marvel lograron que todo volviera a parecer nuevo. Pero el Comics Code aún procuraba que las cosas no fueran interesantes del todo, y las editoriales seguían sometiéndose absurdamente a sus absurdas normas, así que las cosas se volvieron a estancar.
De hecho, se pusieron bastante feas. El paciente estuvo a punto de morir. No tuvo pulso durante bastante tiempo. Había sufrido una muerte cerebral.
Sin embargo, Kirby, Lee, Ditko y compañía, ayudados más adelante por talentos como Neal Adamsy Jim Steranko, entre otros, le aplicaron el desfibrilador y consiguieron que el viejo caballo de guerra se levantara y volviera a ponerse en marcha.
ASÍ, UNA O DOS GENERACIONES SE HICIERON MAYORES, y algunos estábamos locamente enamorados de los tíos y las tías de las mallas. Empezamos a trabajar y a jugar con la idea de que podíamos entretener a los demás adultos con relatos de superhéroes. Molábamos, o por lo menos eso creíamos, y empezamos a burlarnos de las cosas que habían llenado de dicha nuestra infancia.
Les dimos nombres chulos, como deconstruccionismo. Añadimos un cóctel de cinismo político y engreimiento posfreudiano y lo agitamos todo, incluido el absurdo Comics Code. Al comisario Gordon le hicimos tragar la placa de Batman. No obstante, debajo de tanta presuntuosidad, éramos un montón de niños que lo pasábamos pipa.
Pero molábamos. Señalamos cuántas cosas (de aquellas que nos pasábamos la vida profesional escribiendo y dibujando) eran bobas, tontas, raras o puras locuras. Una vez, le dije de broma a Alan Moore que (con Watchmen) había efectuado la autopsia a los superhéroes y que yo (con El regreso del Caballero Oscuro) había celebrado un funeral con orquesta y todo.
Llegó a continuación un lamentable período “aciago” que, al parecer, me dio la razón. Los dientes solo aparecían cuando se apretaban. Los buenos se convirtieron en malos, en borrachos y en genocidas. No eran antihéroes sino villanos. Y lo peor es que lloriqueaban sin parar. La desesperación y la autocompasión estaban a la orden del día. Desde luego, parecía que yo lo hubiera hecho bien.
Pero, tío, me equivoqué.
Solo parecían muertos.
LAS BUENAS IDEAS NO MUEREN NUNCA. No es la única idea para un cómic que sea capaz de deslumbrar si se ejecuta con destreza e inteligencia (ni mucho menos), pero los superhéroes siguen siendo el único género que se creó exclusivamente para el medio.
El superhéroe sigue vivo, y quizá aún prospere, si nos dedicamos a reconstruirlo. No se trata de recrear con nostalgia los juguetes de nuestra infancia, sino de conseguir que el concepto vuelva a funcionar aportando nuestra experiencia y los tiempos que corren. Sin la carga de los prejuicios propios o ajenos, sin esa vergüenza histórica e inmerecida. Volviéndolo a construir, podemos tener esperanza en que la idea principal sea más fuerte que nunca. Más fuerte y más versátil, libre del “solo para niños”. Que aborde incluso temas adultos como los remordimientos, la deuda y el honor, que acepte las ambigüedades, las dudas y las decepciones de la vida real mientras mantiene esa sensación de asombro que nos hacía quedarnos bajo las sábanas con una linterna para leer mientras mamá no miraba. Esa es la tarea principal que afrontan los autores que crean cómics nuevos: devolverle al género su lustre esencial.
Busiek, Anderson y su equipo han realizado el máximo esfuerzo, y me han dejado impresionado. Espero que a ti también.
A continuación, sigue una buena historia de gánsteres. Y una historia de superhéroes muy pero que muy buena. Y un síntoma, espero, de lo que está por venir.
Bienvenido a ASTRO CITY.
Frank Miller
21 de marzo de 2000
Frank Miller lleva quebrantando normas desde finales de los años setenta tanto en los cómics como en la industria del cómic. Se dio a conocer gracias a Daredevil, de Marvel, y redefinió el género superheroico con El regreso del Caballero Oscuro. Su tema más fértil es la delincuencia, que ha explorado en su clásica serie negra Sin City, publicada por Dark Horse. Franco defensor de los derechos de autor y la libertad de expresión, Miller forma parte del consejo directivo del Comic Book Legal Defense Fund (www.cbldf.org).
Artículo publicado originalmente en las páginas de Astro City: El ángel caído ¡Ya a la venta!