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Arqueología de lo imposible

Acostumbrados como estamos a contemplar cómo nuestros héroes preferidos pasan las mayores penurias para posteriormente emerger victoriosos de los desafíos afrontados, podemos caer en la tentación de obviar cualquier atisbo de reflexión sobre qué consecuencias tendría en la psique de una persona real el pago de semejante peaje físico, mental y emocional.

Por lo que al Hombre Murciélago se refiere, basta hacer un rápido ejercicio de memoria para intuir la respuesta a la pregunta no formulada: más allá del trauma inicial que dio origen a su cruzada contra el crimen —el asesinato de sus padres, cometido por Joe Chill—, durante los últimos 25 años la vida del personaje se ha visto condicionada por la concatenación de sucesos dramáticos y luctuosos: asesinatos, mutilaciones, catástrofes naturales, derrotas inesperadas, traiciones imprevisibles, misiones infructuosas y planes de contingencia que terminaron convirtiéndose en nuevas amenazas. Una acumulación de desgracias que mediada la primera década del S. XXI parecía no tener fin, tendiendo hacia un contexto argumental que parecía presagiar la regresión al grim and gritty popularizado durante las décadas de los 80 y 90.

Sin embargo, las mentes pensantes de DC Comics reaccionaron a tiempo, orquestando un cambio de tercio que cristalizó tras Crisis Infinita. En palabras de Mark Waid: “Batman está roto. Y nos han dicho que podemos arreglarlo”. Y así lo hicieron durante el periodo de reflexión narrado en 52, cuyos efectos se pudieron comprobar gracias a Un año después: premisa que exploraba los cambios experimentados por los héroes tras 365 días ausentes de un primer plano de la actualidad. Batman recayó en las competentes manos de James Robinson, Leonard Kirk y Don Kramer, que abrazaron el nuevo enfoque. Pero lo cierto es que la suya fue una etapa de transición, destinada a hacer tiempo hasta que cristalizara un ilusionante acuerdo que ya se estaba gestando.

El 11 de febrero de 2006, en plena WonderCon, el panel de DC Comics moderado por Bob Wayne —por aquel entonces, Vicepresidente de Ventas— contó con la presencia de los autores más destacados de la editorial, incluido Grant Morrison (Glasgow, Escocia; 1960). Fue allí donde se anunció una noticia largamente esperada por muchos lectores: que el popular guionista escocés tomaría las riendas de la serie regular Batman, reencontrándose con un personaje al que conocía perfectamente.

El primer contacto de Morrison con el Cruzado de la Capa se escenificó en el Batman Annual 1986 británico, tratándose de un relato en prosa que, titulado The Stalking e ilustrado por Garry Leach, contaba con la destacada presencia de Catwoman. De trama simple y vocacionalmente retro, la historia versaba sobre el allanamiento de la Batcueva por parte de la carismática criminal, en busca de un arma requisada por Batman. Un deambular juguetón que adquiría cierta tensión por intuirse la posibilidad de que Selina Kyle descubriera la identidad secreta del Hombre Murciélago… situación finalmente evitada por el siempre leal y avispado Alfred Pennyworth. Un trabajo menor firmado antes de que el guionista escocés se consagrara en el mercado americano, que no deja de tener cierto interés por presagiar la tendencia del autor a jugar con enfoques y elementos clásicos de la mitología del personaje.

Tres años más tarde, Morrison se embarcó en un proyecto que cambiaría su vida y su carrera profesional: Arkham Asylum: Un lugar sensato en una tierra sensata. Contando con la inestimable colaboración de Dave McKeanSandman, Cages— e impulsado por la batmanía desatada a raíz del estreno de la adaptación cinematográfica dirigida por Tim Burton (Batman, 1989), formuló su particular respuesta al grim and gritty: “Mientras todos se esforzaban en intentar imaginar cómo funcionarían los superhéroes en un mundo estrictamente real, decidí plantar mi bandera en el mundo de los sueños, de la escritura automática, las visiones y la magia”. Así lo hizo, dando forma a una obra originalmente editada en formato prestigio, “deliberadamente elíptica, europea y provocativa”, que inspirada en Lewis Carroll, Carl Jung, la física cuántica, el Tarot y el surrealismo, ofrecía al lector una historia densa y simbólica sobre la locura y los excluidos. Una historia que no versaba “sobre el mundo real, sino sobre el interior… el interior de la cabeza de Batman. El interior de nuestras cabezas”. Todo un éxito convertido en best-seller imperecedero, con el que Morrison se ganó el derecho a elegir con libertad sus futuros proyectos.

Tras la aproximación psicológica de Arkham Asylum, Morrison volvió a toparse con una consecuencia del éxito de la película de Burton: la antología Legends of the Dark Knight, que inaugurada con vistas a aprovechar el tirón del estreno cinematográfico, partía de un enfoque consistente en la selección de equipos creativos rotatorios, responsables de arcos argumentales destinados a explorar los primeros años de actividad del Caballero Oscuro. Al autor escocés le ofrecieron encargarse del segundo arco, contando con Klaus Janson a los lápices; y ante la falta de ideas, optó por inspirarse en su interés por los poetas románticos: “A partir de ahí, comencé a leer a un montón de autores góticos y decidí el modo de aproximarme a este proyecto: regresar a la fuente original para construir una historia de Batman completamente basada en los elementos góticos. Un monje corrupto, un pacto con el Diablo, escoria maligna del inframundo, y todo eso”. Enfocado como un ejercicio literario consistente en narrar una historia gótica moderna protagonizada por el Mejor Detective del Mundo, finalmente se tituló, cómo no, Batman: Gótico (1990).

El siguiente encuentro entre Morrison y Batman se produjo como consecuencia de su deseo de explorar la riqueza del Universo DC. Y aunque inicialmente quiso hacerlo a través de Jóvenes Titanes, sus planes variaron por una confluencia de circunstancias: el hecho de que la colección ya estuviera asignada a otro equipo creativo, y la intención del editor Ruben Diaz de relanzar al supergrupo por excelencia del mundo del cómic: la Liga de la Justicia. Finalmente el guionista aceptó el encargo, propiciando el nacimiento de JLA (1997-2000); y en su afán por “devolver a los superhéroes el respeto y la dignidad arrebatados por una década de ‘realismo’ y crítica rigurosa”, contó con la colaboración del dibujante Howard Porter. Juntos, recuperaron la alineación original del grupo hasta convertirlo en una suerte de panteón contemporáneo de dioses griegos, utilizado para explorar “sin adulteración, complejos ni adornos, mitos de ciencia ficción a través de un cómic”. Evidentemente, en la formación figuraba Batman, que tanto en esta etapa como en el especial JLA: Tierra 2 (2000) y en la antología JLA: Classified (2004-2005) —con lápices de Frank Quitely y Ed McGuinness, respectivamente— sacó a relucir su faceta más superheroica.

Teniendo en cuenta los precedentes que acabamos de repasar, ¿por qué enfoque se decantaría Grant Morrison en esta nueva etapa? ¿El héroe torturado psicológicamente, o el detective gótico? ¿La consolidación de su vertiente más superheroica, tal vez? Aquel sábado de 2006, el guionista aprovechó su presencia en la convención celebrada en la Bahía de San Francisco para dejar claro que “el Batman que procede de 52 es un tipo muy diferente, mentalmente mucho más saludable y divertido de escribir. Se parece al dios del amor de pelo en pecho retratado por Neal Adams”. Completando el goteo de información, especificó su voluntad de combinar el aspecto de “héroe de acción superheroico con un vistazo sincero y entre bastidores a la vida de Bruce Wayne, como si se tratara de un reality show con toques de culebrón”.

Pero, conocido por su imaginación y ambición sin límites, el guionista escocés fue un paso más allá: tratándose de un personaje tan rico y polifacético, ¿por qué elegir una de sus interpretaciones cuando es posible conjugar todas ellas? Precisamente ahí radica la grandeza de la etapa que comienza en este tomo: en atreverse a integrar en un único canon argumental, en la biografía y la continuidad de un personaje de ficción, todas las aventuras experimentadas durante sus 75 años de historia, por dispares y aparentemente antitéticas que fueran. “Antes de comenzar a escribir, leí cada historia de Batman que tenía a mano e intenté sintetizar todas las versiones y aventuras del personaje, desde los años 30 hasta la actualidad, en la vida real de un hombre extraordinario”. De ese modo podría comprender mejor la tendencia hacia lo sombrío del personaje, y tendría la posibilidad de desarrollar la premisa mencionada en las líneas que abren este texto: el estudio de los efectos de semejante bagaje vital en una persona real.

Acompañado de Andy Kubert, uno de los dibujantes estrella de la editorial que había firmado recientemente un contrato en exclusiva, su gran andadura se inauguró con Batman e hijo. Un arco argumental planeado a modo de aventura jamesbondiana con la que trajo de vuelta a la hija de Ra’s al Ghul: Talia, que en tiempos pasados —los imaginados por Dennis O’Neil y Neal Adams— fue uno de sus grandes amores. Así comenzó un improbable ejercicio de arqueología, destinado a la recuperación y reintegración de personajes, ideas y conceptos “que los lectores hayan podido olvidar o pasar por alto”. Como aquel especial obra de Mike W. Barr y Jerry Bingham, que titulado Batman: Hijo del demonio (incluido en el recopilatorio Batman: El Caballero Oscuro — La leyenda de Ra´s al Ghul) finalizaba con la revelación de que Bruce y Talia habían tenido un hijo, dado en adopción sin que el padre tuviera conocimiento de su existencia. “Me encantaba esa historia, y era plenamente consciente de la naturaleza controvertida de su final. Así que pensé que retomándola lograría arquear las cejas de unos cuantos lectores. También me gustó Ibn Al Xu'ffasch, personaje de Kingdom Come que en realidad era ese bebé, ya adulto. Pensé que esa noción del mal hijo podría ocupar un lugar interesante en la mitología del personaje, y ser usada para crear nuevas historias”.

Más allá del divertido recurso a los Manbats ninja —vuelta de tuerca al concepto ideado por Frank Robbins y, una vez más, Neal Adams—, Batman e hijo se centra en el choque de personalidades de nuestro desconcertado protagonista y un preadolescente arrogante y superdotado que de forma unilateral ha decidido heredar el manto de Robin. El problema es que ha sido criado por la Liga de los Asesinos, los expeditivos métodos a los que está acostumbrado no encajan demasiado bien con la filosofía del Hombre Murciélago… y en el fondo subyace una sospecha más que razonable sobre las verdaderas intenciones de Talia. En cualquier caso, merece la pena prestar atención al desarrollo de la caracterización del indómito Damian, una de las grandes revelaciones de esta etapa.

El tomo se completa con una historia que, como The Stalking, Morrison plantea en forma de prosa, ahora ilustrada por el artista digital John Van Fleet. El regreso por todo lo alto del Príncipe Payaso del Crimen, que adquirirá especial relevancia en futuras entregas de esta etapa. ¿Y qué decir de la segunda mitad de este volumen? Tan solo recomendar al lector que preste atención a cada detalle: la irrupción de los Batman alternativos, la consolidación de la relación con Jezebel Jet, y el desalentador vistazo a un ¿improbable? futuro distópico.

Comienza aquí una etapa para el recuerdo, que tendrá continuidad en Batman: El guante negro, Batman: La resurrección de Ra’s al Ghul, Batman R.I.P., Crisis Final, Batman y Robin, Batman contra Robin, ¡Batman y Robin deben morir!, Batman: El regreso de Bruce Wayne y los dos volúmenes de Batman Inc. (1 y 2). Capítulos, todos ellos, de una gran historia, ambiciosa, metatextual y compleja, ideada por todo un arqueólogo de lo imposible. Un guionista empeñado en rescatar del olvido y limar con sutileza cada pieza de un gigantesco puzle, ya convertido en brillante reivindicación de la amplitud y riqueza de este mítico personaje.

David Fernández

Artículo originalmente publicado en las páginas de Batman e hijo.