En este tomo quedan reflejadas dos de las facetas que hacen única a Wonder Woman: su capacidad de inspirar y dar amor y su férrea independencia.Números anteriores la sumergieron en combates casi imposibles de ganar, enfrentándola a fuerzas tan absolutas como la muerte, por lo que el énfasis recaía en la vertiente más combativa del personaje. ¡Cosa que no molesta en absoluto, ya que ver a Wonder Woman salir de un aprieto a base de voluntad, fuerza e ingenio siempre es un placer! No hay épica sin situaciones límite en las que el héroe tiene que utilizar músculos y cerebro para sobrevivir. Sin embargo, ahora que las amenazas más directas ya no proyectan una sombra tan oscura sobre la heroína, es un buen momento para analizar la otra cara de Wonder Woman, la del personaje profundamente humano, complejo, en un mundo que a veces se antoja en blanco y negro. O en blanco y rojo.
Si eres aficionado al género superheroico, lo más seguro es que en algún momento hayas tenido que escuchar las siguientes palabras: “¿Por qué se pelean tanto? ¿No pueden solucionar los problemas hablando?”. Esta inocente pregunta, formulada generalmente con intención cómica con una pizca de crítica hacia las historietas de mallas y capas, pone sobre el tapete de forma involuntaria una cuestión de aplastante sencillez: ¿por qué no resolver los conflictos como seres civilizados? Aunque todos los héroes abogan por la paz, solo hace falta que el villano de turno asome la cara para que empiece una trifulca que dé al traste con media ciudad. Pocos héroes son los que optan por detenerse un momento, tratar de entender al enemigo al que se están enfrentando y llegar a un entendimiento con él. Wonder Woman es una de esos héroes.
Esta naturaleza profundamente dual –una compasión infinita en el cuerpo de una guerrera que no se arredra ante ningún duelo– hace de Wonder Woman un personaje complejo, polifacético, capaz tanto de matar a sangre fría cuando la situación lo requiere –como en Cuenta atrás a Crisis Infinita–, de transformarse en cazadora de héroes bajo el influjo de Darkseid –Crisis Final– o de portar el anillo rosa del amor –como ocurrió en La noche más oscura–. Dentro de Wonder Woman caben tantos personajes distintos que es irresistible caer en la tentación de aislar una de estas facetas y explorarla a fondo, como ocurrió en los tres ejemplos anteriormente mencionados. Sin embargo, el guionista Brian Azzarello aspira en esta etapa de la colección a fusionar ambas caras de la moneda, a ofrecer una semblanza de la heroína en la que confluyan esas dos facetas aparentemente enfrentadas.
No son muchos los héroes que hubiesen resuelto el enfrentamiento del desierto como Wonder Woman. Superman, quizá, movido por ese férreo sentido de la piedad y esa bondad tan a prueba de balas como él mismo. Quizá sea esa una de las razones por las que el Hombre de Acero y la amazona se han visto emparejados en tantas ocasiones: son seres únicos en una especie única de por sí, personajes condenados a la guerra eterna cuando en sus corazones no hay más que amor.
Sin embargo, no es el héroe vestido de azul con el que se encontrará Wonder Woman en esta colección: como habéis podido comprobar, ha recibido la visita de un personaje masculino con mucha más rabia en su interior. Azzarello ya advirtió que la relación entre la protagonista y el Nuevo Dios iba a estar plagada de roces, y estos no han tardado en aparecer, aunque la sangre no haya llegado al río. Es aquí donde encontramos otra de las facetas de Wonder Woman: su sentido de la independencia, tan duro que sus brazaletes parecen estar hechos del mismo material. En la primera aparición de Orión no hay indicios de romance ni tensión sexual, que sería el camino más fácil –y también el más manido– a la hora de retratar la incipiente relación entre un personaje masculino y otro femenino. Tranquiliza saber que el protagonista de la colección es lo bastante sólido como para que la incorporación de un personaje del sexo opuesto no derive en la tópica historia de encuentro que concluye en amor.
La naturaleza compleja de Wonder Woman resulta aún más destacable en el contexto en el que se mueve: en la mitología clásica, cada personaje –héroes, dioses, criaturas fantásticas– estaba asociado a un concepto. De hecho, encontramos el mismo concepto en distintas culturas representado a través de diferentes dioses: así, el dios griego Hermes estaría asociado a la comunicación, la agilidad mental y el ingenio; como Ganesha en la India, Thoth en el politeísmo egipcio u Odín en la mitología escandinava. Un dios, una faceta del ser humano. Sencillo, ¿verdad? Es por eso por lo que Wonder Woman destaca tanto y por lo que es uno de los personajes con los que resulta más sencillo empatizar. Es más fácil verse reflejado en un ser dual como Wonder Woman que en uno de los dioses, quienes no dejan de ser más que materializaciones de un rasgo único.
Volvemos de nuevo a Orión: los Nuevos Dioses, como la mayoría de panteones politeístas, son representaciones de ideas, y Orión no es una excepción. El dios vestido de escarlata evoca la furia, el combate, la naturaleza temperamental del ser humano. No es difícil asociar estos conceptos al griego Ares –cuyo nombre romano, Marte, nos devuelve al rojo– o al nórdico Thor –representado como pelirrojo en la mitología; otra vez el rojo, ¿coincidencia?–, propensos a la batalla todos ellos. Sin embargo, mientras que los dioses del Olimpo mantienen un trato distante con Wonder Woman, el encuentro protagonizado por Orión tiene lugar entre iguales.
Orión, los dioses olímpicos y los enemigos de Wonder Woman crean un escenario perfecto para ella, un enorme teatro griego en el que comparar a la heroína de los brazaletes con los personajes que la rodean: mientras todos los demás portan máscaras con una sola expresión, Wonder Woman luce una con dos mitades. En una, una sonrisa cándida y compasiva. En otra, el ceño fruncido de una guerrera que no conoce el concepto de la derrota.
Si eres aficionado al género superheroico, lo más seguro es que en algún momento hayas tenido que escuchar las siguientes palabras: “¿Por qué se pelean tanto? ¿No pueden solucionar los problemas hablando?”. Esta inocente pregunta, formulada generalmente con intención cómica con una pizca de crítica hacia las historietas de mallas y capas, pone sobre el tapete de forma involuntaria una cuestión de aplastante sencillez: ¿por qué no resolver los conflictos como seres civilizados? Aunque todos los héroes abogan por la paz, solo hace falta que el villano de turno asome la cara para que empiece una trifulca que dé al traste con media ciudad. Pocos héroes son los que optan por detenerse un momento, tratar de entender al enemigo al que se están enfrentando y llegar a un entendimiento con él. Wonder Woman es una de esos héroes.
Esta naturaleza profundamente dual –una compasión infinita en el cuerpo de una guerrera que no se arredra ante ningún duelo– hace de Wonder Woman un personaje complejo, polifacético, capaz tanto de matar a sangre fría cuando la situación lo requiere –como en Cuenta atrás a Crisis Infinita–, de transformarse en cazadora de héroes bajo el influjo de Darkseid –Crisis Final– o de portar el anillo rosa del amor –como ocurrió en La noche más oscura–. Dentro de Wonder Woman caben tantos personajes distintos que es irresistible caer en la tentación de aislar una de estas facetas y explorarla a fondo, como ocurrió en los tres ejemplos anteriormente mencionados. Sin embargo, el guionista Brian Azzarello aspira en esta etapa de la colección a fusionar ambas caras de la moneda, a ofrecer una semblanza de la heroína en la que confluyan esas dos facetas aparentemente enfrentadas.
No son muchos los héroes que hubiesen resuelto el enfrentamiento del desierto como Wonder Woman. Superman, quizá, movido por ese férreo sentido de la piedad y esa bondad tan a prueba de balas como él mismo. Quizá sea esa una de las razones por las que el Hombre de Acero y la amazona se han visto emparejados en tantas ocasiones: son seres únicos en una especie única de por sí, personajes condenados a la guerra eterna cuando en sus corazones no hay más que amor.
Sin embargo, no es el héroe vestido de azul con el que se encontrará Wonder Woman en esta colección: como habéis podido comprobar, ha recibido la visita de un personaje masculino con mucha más rabia en su interior. Azzarello ya advirtió que la relación entre la protagonista y el Nuevo Dios iba a estar plagada de roces, y estos no han tardado en aparecer, aunque la sangre no haya llegado al río. Es aquí donde encontramos otra de las facetas de Wonder Woman: su sentido de la independencia, tan duro que sus brazaletes parecen estar hechos del mismo material. En la primera aparición de Orión no hay indicios de romance ni tensión sexual, que sería el camino más fácil –y también el más manido– a la hora de retratar la incipiente relación entre un personaje masculino y otro femenino. Tranquiliza saber que el protagonista de la colección es lo bastante sólido como para que la incorporación de un personaje del sexo opuesto no derive en la tópica historia de encuentro que concluye en amor.
La naturaleza compleja de Wonder Woman resulta aún más destacable en el contexto en el que se mueve: en la mitología clásica, cada personaje –héroes, dioses, criaturas fantásticas– estaba asociado a un concepto. De hecho, encontramos el mismo concepto en distintas culturas representado a través de diferentes dioses: así, el dios griego Hermes estaría asociado a la comunicación, la agilidad mental y el ingenio; como Ganesha en la India, Thoth en el politeísmo egipcio u Odín en la mitología escandinava. Un dios, una faceta del ser humano. Sencillo, ¿verdad? Es por eso por lo que Wonder Woman destaca tanto y por lo que es uno de los personajes con los que resulta más sencillo empatizar. Es más fácil verse reflejado en un ser dual como Wonder Woman que en uno de los dioses, quienes no dejan de ser más que materializaciones de un rasgo único.
Volvemos de nuevo a Orión: los Nuevos Dioses, como la mayoría de panteones politeístas, son representaciones de ideas, y Orión no es una excepción. El dios vestido de escarlata evoca la furia, el combate, la naturaleza temperamental del ser humano. No es difícil asociar estos conceptos al griego Ares –cuyo nombre romano, Marte, nos devuelve al rojo– o al nórdico Thor –representado como pelirrojo en la mitología; otra vez el rojo, ¿coincidencia?–, propensos a la batalla todos ellos. Sin embargo, mientras que los dioses del Olimpo mantienen un trato distante con Wonder Woman, el encuentro protagonizado por Orión tiene lugar entre iguales.
Orión, los dioses olímpicos y los enemigos de Wonder Woman crean un escenario perfecto para ella, un enorme teatro griego en el que comparar a la heroína de los brazaletes con los personajes que la rodean: mientras todos los demás portan máscaras con una sola expresión, Wonder Woman luce una con dos mitades. En una, una sonrisa cándida y compasiva. En otra, el ceño fruncido de una guerrera que no conoce el concepto de la derrota.
Alberto Morán
Previa (portada y cinco páginas interiores) de Wonder Woman núm. 4.