Eccediciones
searchclose

Acordes y desacuerdos

Es poco frecuente que suenen acordes de rock n’ roll en las calles de Gotham City, tal vez porque la sombría naturaleza del Caballero Oscuro y la acuciante cruzada contra el crimen a la que ha consagrado su existencia no invitan a establecer relación alguna con un género musical caracterizado por su enérgico desenfado. Pero teniendo en cuenta la importancia que los cómics y la música adquirieron en la conformación y el desarrollo de la cultura popular norteamericana, era cuestión de tiempo que Batman protagonizara una historia de algún modo relacionada con aquello que los griegos encuadraban dentro del μουσική o mousikē, vocablo que bien podría traducirse como “el arte de las musas”.

Tal y como reconocen Gerard Jones y Gene Ha, el proceso creativo de Batman: El Caballero Oscuro - Hijo de la fortuna estuvo lastrado en sus inicios por la dificultad de dar con una justificación argumental que permitiera situar la historia en un contexto vinculado al mundo de la música. Fue entonces cuando ambos autores se beneficiaron del enésimo consejo de Archie Goodwin, autorizada voz de la experiencia que, en base a la sapiencia adquirida durante décadas de ejercicio como guionista y editor, no tardó en detectar la necesidad de explicitar una resonancia emocional que vinculara el pasado de Bruce Wayne con la música. Decisión que, a la postre, propició una reacción en cadena argumental basada en el choque generacional existente entre el joven Robin y un Batman que en esta obra, más que nunca, ejerce como padre putativo del indómito petirrojo. Así, a la habitual relación de camaradería y aprendizaje, se suma un eco de aquellas discusiones que, en el apogeo del rock, se escenificaron en el seno de numerosas familias, cuyos padres asociaban connotaciones negativas a una música a sus ojos apologética de un enfoque nihilista, rebelde y hedonista de la vida.

Como detonante argumental, el errático y peligroso comportamiento de Izaak Crowe, personaje que obedece el arquetipo de la estrella de rock maldita. Incapaz de asimilar la fama alcanzada y de sobrellevar la exigencia de una voraz industria discográfica, su atribulada existencia parece hacer buena una interpretación metafórica de Fortunate Son, tema clásico de la Creeedence Clearwater Revival (Willy and the Poor Boys, 1969) que da título a esta obra: “Oh, ellos te mandan a la guerra, Señor. Y cuando preguntaste: ‘¿cuánto deberíamos dar?’, su única respuesta fue: ‘más, más, más’”. En cualquier caso, el descontento y el carisma de Crowe derivan en una versión contemporánea de El flautista de Hamelin, salpicada de constantes referencias a mitos de la música como Chuck Berry, Scotty Moore, Eddie Van Halen o Johnny Ramone; alusiones a las que se suma la significativa presencia de un sosias de Elvis Presley, cuyo cabello rubio no basta para que pasen desapercibidos el parecido físico compartido, la mención
a un hermano gemelo nacido muerto o el tarareo de una estrofa de Milkcow Blues Boogie, tema de Kokomo Arnold que el Rey del Rock versionó en el álbum A Date with Elvis (1959). Numerosos guiños que invitan al lector melómano a participar en el juego de identificar rostros y letras conocidas, mientras se despliega una historia cuyo carácter y tono atípicos evocan etapas pretéritas del personaje, en las que la mezcla de géneros y elementos insospechados estaba a la orden del día.

David Fernández

Previa (portada y cinco páginas interiores) de Batman: El Caballero Oscuro - Hijo de la fortuna.